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Después uno de ellos, el más atrevido, y el mayor sin duda, pues tenía más de treinta pies de largo, dió un coletazo en tierra, subió al banco, que la marea iba ya cubriendo, y avanzó resueltamente hacia la chalupa. ¡Es horrible! exclamó Hans, temblando. ¡Valor, muchachos! dijo el Capitán, que no perdía su calma . Este es mío.

Reíanse de todo corazón los muchachos y el buen Arcipreste quedaba en sus glorias, logrando con los pies triunfos que ya su pluma no alcanzaba en los tiempos de prosa a que habíamos llegado.

«Ha tomado a mal que la besase», se dice Juan, sin darse cuenta que él también ha cambiado. ¿Qué es lo que tenéis, muchachos? dice una tarde Martín, gruñendo. ¿Os duele acaso la garganta, que ya no cantáis? Los dos guardan silencio por un instante; después, Gertrudis, medio vuelta hacia Juan, le pregunta: ¿Quieres?

Capítulo LXV. Donde se da noticia quién era el de la Blanca Luna, con la libertad de Don Gregorio, y de otros sucesos Siguió don Antonio Moreno al Caballero de la Blanca Luna, y siguiéronle también, y aun persiguiéronle, muchos muchachos, hasta que le cerraron en un mesón dentro de la ciudad.

La elección de oficios o destinos que se les da a los muchachos, no es a la voluntad de sus padres, sino de los que los gobiernan o los necesitan; para la música elige el maestro de ella los que le parecen más a propósito; los curas emplean los que mejor les parece para acólitos y sirvientes suyos; lo mismo en los demás oficios y ocupaciones, sin que a sus padres les quede el arbitrio de repugnarlo.

Desde que había salido de casa, donde quiera que había puesto los ojos o el oído, había visto el periódico suyo, o pescado alguna palabra referente a él; y los que le veían pasar, le miraban, le miraban, ¡con una fijeza y un interés!... Hasta los menestrales y los muchachos aquéllos que andaban por la plazuela, le comían con los ojos.

Pecado no dijo ni oyó más; sacó de la cintura una navajilla, cortaplumas o cosa parecida, un pedazo de acero que hasta entonces había sido juguete, y con él atacó a Zarapicos. Del golpe, el infeliz chiquillo cayó seco. ¡Hombres ya! Silencio terrorífico. Los muchachos todos se quedaron yertos de miedo. Al principio no comprendían la realidad abominable del hecho.

Muchachos cerriles que aspiraban á ser mancebos en las barberías de la ciudad hacían allí sus primeras armas; y mientras se amaestraban infiriendo cortes ó poblando las cabezas da trasquilones y peladuras, el amo daba conversación á los parroquianos sentados en el banco del paseo, ó leía en alta voz un periódico á este auditorio, que, con la quijada en ambas manos, escuchaba impasible.

Dos de estos muchachos sirven el incensario y navetas, otros dos los ciriales y los dos restantes acuden a todo lo demás del altar, en que están bastante diestros y prontos.

No quería marcharse sin verle, y pasó varias mañanas haciendo averiguaciones en las oficinas del Estado Mayor. Era un sobrino suyo, un hijo de Blanes el fabricante de géneros de punto, que había huído de Barcelona, al iniciarse la guerra, con otros muchachos aficionados á cantar Los Segadores y perturbar la tranquilidad del «cónsul de España» enviado por Madrid.