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Actualizado: 21 de mayo de 2025


Hasta el mismo Pep, con gran indignación de Jaime, mostrábase orgulloso de los dos tiros disparados a los pies de su hija. Febrer era el único que no parecía entusiasmado por esta hazaña galante del verro. «¡Maldito presidiario!...» No sabía ciertamente el motivo de su furia, pero era algo inevitable... A este «tío» le pegaría él. Llegó el invierno.

La mamá mostrábase con él amable y cariñosa como jamás la había visto; tenía arranques de lirismo casero, se enternecía reuniendo toda la familia en la mesa, y él, por no contrariarla, permanecía en Burjasot, víctima de las contradicciones de su carácter, tan pronto atraído por la «querencia» a la cocina, como pensando en Tónica con la dulce nostalgia del enamorado.

Cuando vinieran a darse las dos corridas, ya se habrían comido el producto de ellas. El espada mostrábase igualmente malhumorado en la soledad de su hotel, pero no a causa del tiempo, sino de su mala suerte. Había toreado la primera corrida en Madrid con resultado deplorable. El público era otro para él.

El empleado iba de un lado a otro amenazando con el consabido «capón». Todos adivinaban en Maltrana al enemigo, al pariente moralizador y molesto que se presenta a predicar la virtud. ¡Virtud a ellos, que eran unos hombres y estaban enterados de todo! No quiso Isidro prolongar por más tiempo la visita; además, el empleado que le servía de guía mostrábase impaciente.

¡Qué hermosa todavía, a pesar de sus amputaciones y su vejez!... La piedra del zócalo, agujereada y combada hacia dentro por el roce de personas y carruajes, estaba partida por varios tragaluces con rejas a ras del suelo. La parte baja del palacio mostrábase roída, lacerada y polvorienta, como unos pies que hubiesen caminado durante siglos.

Siempre que subía al Escorial daba su vueltecita por la tienda de doña Dámasa y allí se estaba charlando un rato. Estas visitas, al principio raras, se fueron haciendo más frecuentes y prolongadas. La hermosura espléndida de Elena comenzó a impresionarle. Y a medida que le impresionaba le hacía más tímido. Cuando la niña estaba sola en la tienda mostrábase embarazado, silencioso.

Ideó consultar el caso con su tía; pero no quiso dar su brazo a torcer, y temblaba de que doña Lupe le dijese: «¿Ves?, ¡por no hacer caso de !». ¡Celos! ¿Y de quién? Fortunata mostrábase con todos tan fría como con él. Solía esparcir melancólicamente sus miradas por la calle, entre el gentío, sin fijarse en nadie, cual si buscaran a alguien que no quería dejarse ver.

Yo lo que es decía la vieja tristemente . La pobrecita Carmen no tié sosiego. Hay que ver a esa criatura mientras Juan anda por el mundo. Durante el invierno, en la temporada de descanso, cuando el torero estaba en casa o iba al campo a tientas de becerros y cacerías, todo marchaba bien. Carmen mostrábase contenta sabiendo que su marido no corría peligro.

Todo se reparaba con relativa rapidez y la gente mostrábase contenta hablando del pasado peligro con desprecio. ¡Hasta la otra! Además, se había repartido mucho dinero.

Era una ciencia más intuitiva que adquirida a fuerza de estudio, como acontece a todos los grandes hombres. Al principio, cuando iba a escribir en El Faro sobre un tema que no conocía, mostrábase receloso, vacilante, tímido.

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