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Actualizado: 9 de julio de 2025


Don Quijote le dijo: -Déjalos estar, amigo, que esta afrenta es pena de mi pecado, y justo castigo del cielo es que a un caballero andante vencido le coman adivas, y le piquen avispas y le hollen puercos. -También debe de ser castigo del cielo -respondió Sancho- que a los escuderos de los caballeros vencidos los puncen moscas, los coman piojos y les embista la hambre.

Extendíanse largos espacios de silencio, de un silencio absoluto, el silencio del vacío, en el que sonaba agrandado el zumbar de las moscas salidas de las caballerizas, como si el inmenso circo estuviera desierto, como si hubieran quedado inmóviles y sin respiración las catorce mil personas sentadas en su graderío y fuese Carmen el único ser viviente que subsistía en sus entrañas.

Los pretendientes cayeron sobre Cristeta como moscas sobre pastel fresco; mas por ninguna de aquellas conquistas se sintió halagada. Cuantos hombres se le acercaban traían imaginado que era cosa de llegar y besar el santo, con tal de echar antes alguna limosna en el cepillo.

Cuando se retiraba el rayo de sol, extinguiéndose el zumbido de las moscas, y el pedazo de cielo encuadrado por la puerta tomaba un suave color de violeta, la enferma alegrábase. Era la mejor de las horas: iban a llegar los suyos.

Era de color morcillo, pintado todo de moscas blancas, que sobremanera le hacían hermoso; venía en pelo, porque no consentía ensillarse del mismo rey; pero no le guardaba este respeto después de puesto encima, no siendo bastantes a detenerle mil montes de embarazos que ante él se pusieran, de lo que el rey estaba tan pesaroso, que diera una ciudad a quien sus malos siniestros le quitara.

La inscripción se multiplicaba, unas veces en letras rechonchas y apretadas; otras, en perfiles largos y finitos; algunas, en caracteres diminutos, cual patitas de moscas entrelazadas que se prolongasen en forma de cadeneta.

No hay nada que más me cargue que esto... decirle a uno que le van a preguntar una cosa y después no preguntársela. Se queda uno confuso y haciendo mil cálculos. Eso, eso, guárdalo bien... No le caerán moscas. Mira, hija de mi alma, cuando no se ha de tirar no se apunta. Ya tiraré... tiempo hay, hijito. Dímelo ahora... ¿Qué será, qué no será?

Las moscas, revoloteando en la atmósfera de luz, brillaban como movibles chispas de oro; los tejados destacaban sus agudos contornos sobre el espacio azul y límpido.

Oyó sordos crujidos como de cañas que estallan lamidas por la llama, y hasta vió danzar las chispas agarrándose como moscas de fuego á la cortina de cretona que cerraba el cuarto. Sonó un ladrido desesperado, interminable, como un esquilón sonando á rebato. ¡Recristo!... La convicción de la realidad, asaltándole de pronto, pareció enloquecerle. ¡Teresa! ¡Teresa!... ¡Amunt!

A la sombra del árbol estaba, como se ha dicho, y allí, como moscas a la miel, le acudían y picaban pensamientos: unos iban al desencanto de Dulcinea y otros a la vida que había de hacer en su forzosa retirada. Llegó Sancho y alabóle la liberal condición del lacayo Tosilos. ¿Es posible -le dijo don Quijote- que todavía, ¡oh Sancho!, pienses que aquél sea verdadero lacayo?

Palabra del Dia

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