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Actualizado: 2 de octubre de 2025
Puesto que existe autógrafo, y el tenedor de él es amigo, renuncio á repetir la leyenda, reservándome pedir el original y transcribirlo punto por punto. El sol marchaba á su ocaso, y aprovechando los compactos nubarrones que nos preservaban de sus rayos, montamos á caballo, dirigiéndonos á Lucban, primer pueblo de la provincia de Tayabas.
A las once y media de aquella noche montamos Sarto y yo nuestros caballos. A Tarlein le volvimos a dejar de guardia, sin revelarle nuestros propósitos. La noche era obscurísima. Yo no llevaba espada, pero sí el revólver, un largo puñal y una linterna sorda. Llegamos a la puertecilla, desmontamos, y Sarto me tendió la mano. Esperaré aquí dijo. Si oigo un disparo, me...
Por fin me separé de ella. Dirigí mis rápidos pasos al puente, donde me esperaban Sarto y Federico. A indicación suya, cambié de traje, y ocultando el rostro como lo había hecho antes varias veces, montamos a caballo a la puerta del castillo y cabalgamos todo el resto de la noche. Al amanecer nos hallamos en una pequeña estación inmediata a la frontera.
El día 18, dejando á la mano derecha la laguna Tuquis, montamos la boca del río Paraiguazú, que venía colorado con una creciente furiosa de agua.
Veo que, se le ha despertado a usted el apetito esta noche. Corriente. Montamos, desenvainamos las espadas y esperamos unos momentos en silencio. Por fin oímos los pasos de los recién llegados en el camino de coches, al otro lado del pabellón, donde se detuvieron y uno de ellos exclamó: ¡Id a buscar al muerto y traedlo aquí! ¡Ahora! murmuró Sarto.
El coche de la Emperatriz desapareció entre los árboles de los Campos Elíseos; nosotros montamos en el ómnibus que va á la Plaza de la Bastilla, y á los quince minutos nos encontrabamos en nuestra fonda. Un amigo que nos acompañaba me preguntó con mucho interés durante el camino: ¿Morirá en Paris la Emperatriz Eugenia? Yo dije: no lo sé.
José anunció que los caballos estaban listos; montamos y partimos al trote rápido. Había empezado la peligrosa aventura. ¿Cuál sería su término? El aire fresco de la mañana despejó mi cabeza y pude darme perfecta cuenta de cuanto me iba diciendo Sarto, que mostraba sorprendente serenidad.
Me invitó a acompañarle, lo cual acepté con gusto, tanto por enterarle de mi negocio cuanto por dar aquel grato paseo. El coche en que montamos era un faetón tirado por cuatro caballos tordos enjaezados a la calesera. Don Jenaro y yo nos sentamos delante, y éste empuñó las riendas. Dos criados venían sentados detrás.
Palabra del Dia
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