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Púdose sin gran trabajo restañar la sangre, y se cicatrizó la herida, pero el niño, nunca más recobró la palabra. Siguió inerte, indiferente para todo, tomando como un animal el alimento que le daban. Se había vuelto idiota. Este fue un golpe terrible para la familia del molinero.

Porque si bien entre los hombres es frecuente, entre los perros no lo es tanto. Y no sólo se le declaró enemigo irreconciliable, sino que logró arrastrar á otro sujeto con quien no había tenido en la vida reyerta alguna, el perro de Tomasón el molinero. Tanto le odiaba el uno como el otro. No sorprenderá, pues, que Talín caminase nervioso como su amo, aunque por diferente motivo.

Estaba aislada, cerca del camino, y tenía delante una corralada; por detrás, miraba a la finca donde Andrés había penetrado de improviso, y tenía puerta para el servicio de ella. Llamaban a aquel sitio el Molino, por más que no estuviese allí, sino un poco más lejos. Tomás y su familia no eran conocidos más que por «los del MolinoTomás el molinero, Rosa del molino, Rafael el del molinero, etc.

Irguiéndose de repente, entona la vieja y melancólica canción del molinero, la canción de la casa dorada que se alza «en lo alto de la montaña». Juan se estremece, y su voz tiembla. Acaban la primera estrofa y comienzan la segunda: Abajo, en aquel valle, El agua hace girar una rueda Que no muele más que el amor, Toda la noche y todo el día. La rueda del molino se ha roto...

En el mismo lugar donde él había reinado hasta entonces como señor iba a instalarse una extraña, y su situación, en su propia casa, iba a depender de la generosidad y de la condescendencia de aquella mujer. Las muestras de cariño que por adelantado le daba tan familiarmente la hija del molinero no lograron calmarlo ni hacerle olvidar su despecho.

Nunca salvó la distancia que mediaba entre el pueblo y la casa de su hermano tan rápidamente. Cuando llegó, Tomás estaba partiendo leña delante de la puerta. ¿De dónde diablos vienes tan temprano? le preguntó levantando la cabeza con sorpresa. Oye, Tomás, necesito hablar contigo de un asunto importante... Vámonos arriba. El molinero se inmutó visiblemente al escuchar estas palabras.

El molinero y el arroyo comienzan su diálogo melancólico; el arroyo quiere consolar al molinero, pero éste no conoce más que una sola quietud, un solo reposo: ¡Ay! querido arroyuelo; tu intención es buena... Pero ¡ay! ¿sabes acaso el mal que el amor hace?

¡Ah! levanta los ojos... ¡Mil truenos! ¡qué encantadora muchacha!... ¡Qué vivo color el de sus redondas mejillas! ¡qué brillo el de sus ojos negros! ¡cómo piden besos sus labios finamente dibujados! Al verlo a su vez, ella deja caer la azada; después lo mira fijamente. Buenos días dice el joven llevando la mano a su gorra con ademán un poco cohibido. ¿Sabe usted si el molinero está en casa?

Al verse junto a la puerta, vaciló un instante por el temor de hallarse con el molinero, a quien no hubiera podido ocultar en aquella sazón la cólera de que estaba poseído. Por fortuna había salido: sólo Rosa se hallaba en la cocina. Oyes... ¿conque tu padre te pega de palos para que te cases con tu tío? le preguntó con voz alterada, sin darle siquiera las buenas tardes.

Su tío le decía que el proceso seguido contra él no tendría consecuencias; que Tomás había hecho cuanto pudo por enredarle y comprometerle, pero no lo había logrado, porque Rosa declaró repetidas veces que se había huido de casa por miedo de sus castigos, no por instigación de Andrés. Estas declaraciones encendieron de tal modo la ira del molinero, que un día faltó poco para matarla a golpes.