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Actualizado: 26 de junio de 2025
¡Qué empeño!... Muy explicable, por todo concepto; porque, ante todo, de algo hemos de hablar para entretener el viaje, y en vez de discutir sobre modas, el tema religioso puede darnos base para que ustedes tengan algo de lo que les falta. Lo que a mí me falta no me lo dará la religión dijo Ricardo. Por lo pronto te ha dado tema para hablar con más vivacidad de la que te es habitual.
Los más viejos y tradicionalistas se vestían lo mismo que sus remotos abuelos, con largos caftanes de colores fuertes y rayados. Las mujeres, cuando no imitaban las modas europeas, lucían un traje pintoresco que hacía recordar la indumentaria española de la Edad Media. No eran únicamente cambistas ó comerciantes, como en el resto de la tierra.
Ella era Odette para sus amigas, la incomparable Odette, y para el resto del mundo mademoiselle Marsac, un nombre famoso, pues figuraba en todas las crónicas elegantes, en todos los estrenos, en todas las revistas de modas.
Fingían sorpresa al verla, la abrazaban, admiraban su traje, hacían elogios de su hermosura, le pedían datos sobre las últimas modas, y escapaban, procurando no tropezarse con ella otra vez. Ojeda la conocía vagamente. Su marido había sido de «la carrera», un antiguo plenipotenciario que actualmente vegetaba retirado en una ciudad de provincia.
Hablaban de las modas del verano, «de lo que iba a llevarse», mientras los hombres, formando grupo cerca de los balcones, daban en su conversación eternas vueltas en torno del cuatro por ciento interior y de los billetes hipotecarios de Cuba.
Visitarían las tiendas de la calle de Toledo para que ella comprase las sábanas. Isidro, desoyendo sus protestas, pensaba regalarle cierto vestido expuesto en un maniquí a la puerta de una tienda de modas. Además, acordábase de que hacía tiempo que soñaba Feli con unas botas altas, muy altas, de suave color de limón y con muchos botones.
Nadie más acérrimo contrario que yo a las modas en literatura; pero, ¿cómo impedir que sea lo que no debe ser acaso? Los buenos versos deben siempre ser estimados y aplaudidos. Esto no se puede negar. Es evidentísimo, no obstante, que el poco numeroso público español que lee está cansado de versos y se muestra con ellos harto desdeñoso.
Vestían con elegante atildamiento; seguían las modas en sus mayores exageraciones. Las lacias melenas brillantes de pomada eran la única revelación de sus entusiasmos literarios. Cuerpo de dandy y cabeza de artista dijo uno de ellos a Isidro, resumiendo así los cánones de su indumentaria. El silencio de admiración con que el joven les escuchaba despertó cierta simpatía en favor suyo.
Haré, no obstante, un esfuerzo para ser breve y para decirlo todo en cifra y resumen, aunque sea con mengua de lo explícito y de lo claro que anhelo ser siempre en mis escritos. En literatura no hay modas de París, como en trajes y adornos de señoras, y tampoco hay progreso en literatura como en química, cirugía o mecánica, aplicada a la industria.
Esto viene en apoyo de mi tesis, en la cual no afirmo que en literatura no haya modas, sino que no debe haber modas en literatura y que los verdaderos literatos, cuando quieran escribir obras durables y no contentarse con un aplauso efímero, y cuando quieran emplear el verdadero arte exquisito y profundo, no descubierto recientemente en Rusia, sino conocido ya en Grecia, desde los tiempos de Homero, deben prescindir de la moda y dejarse llevar de la propia y natural inspiración de la que nace, sin buscarlo ni pretenderlo, cuanto hay de original, de peregrino y de nuevo.
Palabra del Dia
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