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Actualizado: 23 de junio de 2025
En cuanto Nieves se fue del comedor, llamó él a Catana con una seña; y llevándosela al rincón más escondido, la preguntó por lo bajo: ¿Qué tiene la niña hoy? La rondeña recibió la pregunta como el diablo una rociada de agua bendita, y contestó bajando mucho la cabeza: Ná, zeñó... ¡Yo digo que tiene algo! afirmó con energía desusada el manso Bermúdez. Po zi zu mercé lo zabe, zabe má que yo.
Mientras tanto, el aperador iba de un lado a otro, buscando cierta botella de vino selecto que meses antes le había regalado su padrino. Por fin dio con ella, y escanciando un vaso, se lo ofreció a don Fernando. Gracias, no bebo. ¡Pero si es de primera, señor!... intervino el viejo. Beba su mercé; esto le hará bien después de la mojadura. Salvatierra hizo un gesto negativo.
Con la venia de zu mercé contestó la serrana , me queo un ratico má: jasta el otro espanto. ¿Cuál? El mayó que me ha e dá zu mercé. ¿Luego te parece poco lo que estás viendo? Psch... Asín, asín. Vamos, Nieves, es cosa de matarla de veras.
No hay duda decía Momo que mi abuela, que es la más aferrada curandera que hay debajo de la capa del cielo, tiene imán para atraer enfermos a esta casa. Ya va de tres con este, ¡sobre que en el cielo se ha de poner su mercé a curar a San Lázaro! Llegó el día de la partida. El duque estaba ya preparado en su aposento.
Salvatierra fuese hacia el hogar al ver que el arreador se ponía de pie ofreciéndole su asiento. El tío Zarandilla se acomodó en el suelo junto a don Fernando, y éste, al mirar en torno, encontró los ojos de Alcaparrón y su dentadura caballar que brillaban al sonreírle. Mire su mercé, señó: esta es mi mamá.
El mismo día, recorriendo las calles, vio una bandera de compañía colgada de una ventana; preguntó por el capitán y le dijeron que se había marchado la víspera para Jerez. Iba a retirarse, cuando un soldado, que estaba sentado en un poyo, junto a la puerta, exclamó: Si vuesa mercé, seor caballero, quiere hablar con Pablo Martínez, el alférez, ahí le tiene a su derecha.
Hacía preguntas al capataz sobre el cultivo de las viñas, alabando el aspecto de las de Dupont, y el señor Fermín, halagado en su orgullo de cultivador, se decía que aquellos jesuitas no eran tan despreciables como los consideraba su amigo don Fernando. Oiga su mercé, padre: Marchamalo no hay más que uno; esto es la flor del campo de Jerez.
Esto acabará con sangre, señorito continuaba el capataz. Hasta ahora sólo chillan los de las viñas, pero piense su mercé que este es el peor mes del año para la gente de los cortijos. La trilla ha acabao en todas partes, y hasta que empiece la sementera, hay miles y miles de hombres con los brazos cruzaos, dispuestos a bailar al son que les toquen.
Allí donde se reunía la gente sonaba la guitarra, soltándose cada seguidilla y cada martinete que a Dios le temblaban la carne de gusto... Si entonces hubiese aparecido Fernando Salvatierra, el amigote de tu padre, con todas esas cosas de pobres y ricos, de repartos de tierras y rivoluciones, le habrían ofrecido una caña y le hubieran dicho: «Siéntese su mercé en el corro, camará; beba, cante, eche un baile con las mocitas si en ello tiene gusto y no se haga mala sangre pensando en nuestra vida, que no es de las peores»... Pero los ingleses apenas nos beben: el dinero entra con menos frecuencia en Jerez, y se oculta de tal modo el condenado, que nadie lo ve.
No entendía la mayor parte de sus palabras, pero columbraba en ellas una esperanza. Según eso, ¿cree su mercé que Mari-Crú no ha muerto del too? ¿Que aún podré verla, cuando me ajogue su recuerdo?... Salvatierra sentíase influenciado por los lamentos de la familia, por la agonía que había visto, por la miseria de aquel cadáver que se balanceaba a pocos pasos dentro del carro.
Palabra del Dia
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