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La mujer de negro vestida, más que vieja, envejecida prematuramente, era, además de nueva, temporera, porque acudía a la mendicidad por lapsos de tiempo más o menos largos, y a lo mejor desaparecía, sin duda por encontrar un buen acomodo o almas caritativas que la socorrieran.

Con la Petra y su compañera Cuarto e kilo, que probaban fortuna en casi todas las extracciones, no quería cuentas, mejor se entendería para este negocio con Pulido, su compañero de mendicidad en la parroquia, del cual se contaba que hacía combinaciones de jugadas lotéricas con el burrero vecino de Obdulia; y para cogerle en su morada antes de que saliese a pedir, apresuró el paso hacia la calle de la Cabeza, y dio fondo en el establecimiento de burras de leche.

Y si le hacían el favor de soltarla al día siguiente, ¿con qué razones, con qué mentiras explicaría su larga ausencia, su desaparición súbita? ¿Qué podía decir, ni qué invento sacar de su fecunda imaginación? Nada, nada: lo mejor sería desechar todo embuste, revelando el secreto de su mendicidad, nada vergonzosa por cierto.

Desde entonces iba todas las semanas, y su sobrina la socorría, unas veces con dinero, otras con comida sobrante o alguna prenda de vestir. Santa Cruz la amparaba también, y ella se servía de su mendicidad para introducir en la morada de Rubín los mensajes de amor; y tan ladinamente lo hacía, que la sagaz doña Lupe no sospechaba nada.

Su sombrero no era sombrero, sino un mueble indefinido, una cosa entre plato y fuelle, entre forro y cojín vacío; y por este estilo las demás prendas de su cuerpo anunciaban el último grado de la miseria y abandono, cual si todas hubiesen sido recogidas entre aquello que la misma mendicidad arroja de , materias que se devuelven a la masa general de lo inorgánico, para que de nuevo tomen forma en las revoluciones del universo.

En pacto eterno con el hambre y la pobreza, condenados desde mozos a ver sus hazañas mal recompensadas y sin otro porvenir que una vejez de mendicidad, podía sin embargo el más humilde de ellos, si le ayudaba la suerte en las Indias, convertirse en señor de luengas tierras y virrey de un Imperio. La literatura dijo Ojeda influyó mucho más de lo que creen en la empresa de la conquista.

Para el rico es esto negocio de mayor o menor comodidad y de más o menos exquisitos goces, y para el pobre puede ser negocio de vida o muerte, de no poder ganar las dos o tres pesetas que antes ganaba, y de tener que recurrir a la mendicidad o a la poca eficaz beneficencia pública en la tierra cuya riqueza fomentó con su trabajo, y por cuya integridad y por cuya honra tal vez derramó su sangre.

Así como los conventos y las leyes fiscales han creado la mendicidad, los reglamentos opresivos han creado la corrupcion oficial y mantenido una administracion incapaz, dispendiosa y embrollada. La sociedad española es asombrosamente inteligente, y los grandes talentos nacen allí donde quiera.

A cada instante era visitado el despacho por un ángel que entraba retozando. ¡Qué cháchara suplicatoria y qué mendicidad mezclada de regocijo! «Papá, dale el dinero a Francisco para que vaya por el palco de la Comedia... Papá, no olvides que hoy se renueva el abono del Real... Papaíto, págame esta cuenta de Bach... Papá, el sastre... Papá, la modista... Papa, la florista... Papá, la cuenta de Arias... Papá, nuestros abanicos... Papá, el caballo... Papá, papá, papá...». Era un pío pío que no cesaba.

Pregunté si la pasión del juego era general ó al menos bien notable en Bilbao, y me persuadí de que no era así. Alli no hay jugadores. ¿Por qué? Por lo qué hace á la mendicidad, ella no existe en Bilbao ni los demás pueblos vascongados. No vi ni un solo mendigo, y supe que en muchos pueblos la cárcel permanecía frecuentemente cerrada.