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Actualizado: 14 de julio de 2025
El vino hacía brillar sus ojos con fuego homicida, y acabaron por dirigirse a la casa de los lagares en busca de las podaderas, cortos y pesados machetes que mataban de un golpe. El señorito les cerró el paso. ¿Qué era aquello de matarse por bailar con una muchacha, cuando tantos estaban esperando pareja? A callar, y a divertirse. Y les obligó a darse la mano, a beber juntos en la misma copa.
Era la noche muy obscura, y así muchos de los Turcos pensando ir hacia el mar, daban en manos de los Griegos, que los mataban sin piedad.
Quedaba convenido con el mayoral que éste enchiqueraría para él los dos toros escogidos. Los otros espadas no protestarían. Eran muchachos de buena suerte, en plena audacia juvenil, que mataban lo que les ponían delante.
Un día, en Lebrija, al salir a la plaza un torito vivaracho, sus compañeros le habían empujado a la suerte suprema. «¿Te atreves a meterle la mano?...» Y él le metió la mano. Después, enardecido por la facilidad con que había salido del trance, acudió a todas las capeas en las que se anunciaba novillo de muerte y a todos los cortijos donde se lidiaban y mataban reses.
La visita de la señora del maestro la llenaba de orgullo, pero sus inquietudes casi la hacían reír. No debía temer nada. Los de a pie se libraban siempre del toro, y el señor Juan Gallardo tenía mucho «ángel» para echarse de encima a las fieras. Los toros mataban poca gente. Lo terrible eran las caídas del caballo.
Las valentas donas, arrogantes y duras como buenas payesas, no gritaban ni huían a la vista de estos tres piratas enemigos de Dios y de los santos. Con la tranca de la puerta mataban a uno, y luego se encerraban en la casa.
Y poeta sin conocerlo, su espíritu, encerrado en ruda envoltura, esparcíase con el fuego de la fe, consolando la angustia de sus últimos momentos con la esperanza de que otros llegaban detrás empujando, como él decía, y que esos otros acabarían por arrollarlo todo con la fuerza de la cantidad, como las gotas de agua que forman la inundación. Les mataban porque eran pocos.
19 Y yo dije: Señor, ellos saben que yo encerraba en cárcel, y hería por las sinagogas a los que creían en ti; 20 y cuando se derramaba la sangre de Esteban tu testigo, yo también estaba presente, y consentía a su muerte, y guardaba las ropas de los que le mataban. 21 Y me dijo: Ve, porque yo te tengo que enviar lejos a los gentiles.
Y en caso afirmativo, ¿disculpaba su resolución con la verdad? procediendo así, ¿qué hacia ella? ¿Le culpaba a él, o culpaba a su madre? ¿La mataban el dolor y la vergüenza, o se resignaba y vivía?
Viendo los turcos que todos sus desiños les salían en vano, comenzaron á desmayar y á perder la esperanza que tenían de ganar el fuerte, y el Bajá se quiso levantar de sobre él é irse con Dios, y estaba descontento de Dragut porque le había hecho desembarcar la gente, y los jenízaros estaban medio amotinados contra él porque mataban dellos cada día; y viendo Dragut tan enojado el Bajá y á los jenízaros y soldados que estaban mal contentos y se quejaban dél, les dijo que tuviesen buen ánimo y se sufriesen porque él había hecho las cisternas que estaban en el castillo y sabía bien cuánta agua podía caber dentro dellas y cuánto tiempo podía durar, y que sin pelear ni dar el asalto ni perder un hombre más, quería tomar el fuerte y prender á los cristianos en menos de quince días, y cuando no, que el gran Turco le hiciese cortar la cabeza.
Palabra del Dia
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