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Actualizado: 14 de julio de 2025
Embistieron con igual ánimo los muslimes á los que casi tenian por suya la victoria. Peleaban unos con otros, pie con pie, i con no vista furia: herian i mataban con sus picas i espadas.
Jamás había meditado acerca de negocios de ultratumba; el infierno se lo figuraba como un horno probable; pero a ella ¿qué? Al infierno iban los grandes pícaros que mataban a su padre o a su madre o a un sacerdote, o que pisaban la hostia o no se querían confesar.... Además, no se sabía nada de seguro.
Todo va bien, hijo mío dijo el señor Morfeo. Está en casa. Y juntos salieron al camino. Durante el trayecto, el señor Morfeo le dijo que Melisa había entrado corriendo en la casa algunos momentos antes, y le había arrancado de ella, diciendo que mataban al maestro en la Arcada.
De jóvenes se mataban por la mujer soltera; bailaban con el cuchillo oculto en la faja, dispuestos á disputarse la hembra á puñaladas.
Los Agaces estaban bien poblados En tiempo de D. Pedro de Mendoza, Y aun eran muy valientes y esforzados. Los cristianos hicieron tal destroza En ellos, que los indios y soldados Mataban sin piedad
Era dolor, tristezas y tormentos, El ver poblar las horcas de hambrientos. Aquellos que el huirse no han certado, Juzgaban por no ver camino cierto; Y al perro que hallaban desmandado Mataban: y aun á penas era muerto, Cuando estando cocido ó mal asado, En el hambriento vientre era encubierto, Temiendo que si el dueño lo supiera, La presa de las manos les cogiera.
Aunque en esta ocasión se mataban pocas perdices, Gonzalo apetecía su compañía como la de un agradable y simpático camarada. La joven nunca se confesaba fatigada; pero él, adivinándolo en su marcha vacilante, daba el alto, la obligaba a sentarse, y se hacía el distraído charlando, a fin de que durase más el descanso.
Mientras los hombres se mataban por la gloria de la Virgen de Begoña, la carcoma, más sabia que ellos, seguiría mordiendo las entrañas de madera del sonriente fetiche: tal vez á aquellas horas algún ratón roía las patas del ídolo milagroso, bajo su hueca saya de pedrería.
El comisario de la Presa empezaba á sentirse inquieto por estas visitas y á vivir mal, temiendo todas las mañanas la denuncia de algún robo... Pero transcurrían los días sin que se alterase la paz del pueblo y sus alrededores. En el rancho de Manos Duras se mataban y desollaban reses, vendiendo carne el gaucho á toda la comarca.
Toda la atención de la plaza estaba concentrada sobre el Cigarrero, apesar de que mataban también el Gordo y Lagartijo, que comenzaba entonces a ser el niño mimado del público.
Palabra del Dia
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