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Actualizado: 14 de junio de 2025
El príncipe se acordó del famoso «banco de los suicidas» en los jardines del Casino. Una leyenda para periódicos. No existía. Cuando se mataban varios en un mismo banco, la administración lo hacía cambiar de sitio inmediatamente. También era una exageración folletinesca lo de la abundancia de suicidios: dos ó tres por año nada más.
Las buenas mozas que antes le mataban el hambre y cuidaban de su ornato viéronse poco a poco repelidas con risueño desprecio. Hasta el viejo protector se alejó prudentemente, en vista de ciertos desvíos, y fue a poner su tierna amistad en otros muchachos que empezaban. La empresa de la Plaza de Toros buscaba a Gallardo, mimándole como si fuese ya una celebridad.
El día que menos, se mataban doscientas o trescientas arrobas; el dinero circulaba como una bendición de Dios, y los que, como Antonio, guardaron buena conducta e hicieron sus ahorrillos, se emanciparon de la condición de simples marineros, comprándose una barca para pescar por cuenta propia. El puertecillo estaba lleno.
Llevaron a Martín a un cuarto desmantelado y polvoriento, en cuyo fondo había una alcoba estrecha, con las paredes cubiertas de unas manchas negras de humo. Sin duda los huéspedes mataban las chinches quemándolas con una vela o con la lamparilla y dejaban estos tranquilizadores rastros. En el gabinete y en la alcoba olía a cuadra, olor que venía de las junturas de las maderas del suelo.
Este día se halló en las dichas galeras por cabeza de los italianos el capitán Fantón, siciliano, bien entendido y valiente soldado; de los franceses el coronel Masa, caballero de la Orden de San Juan; de algunos españoles, el sargento del Capitán Orejón; y así viendo los turcos que allende del daño que les hacían de las galeras, que del fuerte también habían echado á fondo algunos esquifes llenos de turcos, y que ya los esmeriles y arcabuces de la muralla los mataban por través, acordaron de retirarse con gran pérdida.
No faltaba lo de las madres que durante la guerra mataban a sus pequeñuelos para no verlos esclavos de los triunfadores extranjeros, ni lo de la muerte en cruz de tantos mártires entonando himnos de libertad entre maldiciones al conquistador, y con todo esto, un sinnúmero de pormenores sobre el tipo y las costumbres de sus héroes, pormenores que yo hubiera querido sobre la tierra que habitaron, tal y como era en mis días.
Pues bien: en nuestras lanchas iban españoles e ingleses, aunque era mayor el número de los primeros, y era curioso observar cómo fraternizaban, amparándose unos a otros en el común peligro, sin recordar que el día anterior se mataban en horrenda lucha, más parecidos a fieras que a hombres.
Hablaron largo rato de las cosas de su arte. El Pescadero, como todos los viejos amargados por la mala suerte, era pesimista. Se acabaron los buenos toreros. Ya no se veían gentes de corazón. Sólo mataban toros «de verdad» Gallardo y alguno que otro. Hasta las bestias parecían de menos poder. Y tras estas lamentaciones, insistió para que su amigo le acompañase a su casa.
Por donde se ve que los jueces del Santo Oficio vencieron en crueldad á los gentiles de los tiempos de Neron; porque estos jamas exigian de los cristianos que mataban, su conversion al paganismo en la hora de la muerte.
Porque, habrán de saber, que tenian una usanza estos Señores, que cuando algun capitan y capitanes venian victoriosos de la guerra, traian las insignias y adornamentos de los tales señores que en la guerra mataban y prendian; y como entrasen los tales capitanes por la ciudad del Cuzco victoriosos, é traian delante de sí las insinias y prisioneros, é poniénlas delante de sus Señores, y los Señores, viendo el tal despojo é insinias y prisioneros delante de sí, levantábase el tal Señor, é pisábalo é daba un paso por encima de los tales prisioneros.
Palabra del Dia
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