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Actualizado: 12 de junio de 2025
Pasó dos días don Bernardino en cama, quejándose de dolores en los riñones, en la nuca y sobre todo en la cabeza; decía que por allí dentro le andaba una docena de demonios, dándole patadas en los sesos y martillazos en las sienes.
He acompañado a mis hijas a la iglesia y he pedido a Dios que las haga felices. También le he dado gracias por habernos concedido aquellas fincas, con las cuales ni mi marido ni yo contábamos. Da lástima ver los edificios: el castillo está casi arruinado, las paredes interiores están desnudas, y los adornos, los escudos y las chimeneas, destrozados a fuerza de martillazos.
Esta chimenea es de piedra blanca y está medio destrozada a fuerza de martillazos, al igual que los adornos flordelisados de los armarios. En la superficie de uno de ellos había grabadas las armas del rey, y por esta razón está vuelto al revés.
Así lo he hecho yo y así espero que lo haga él. Es joven y tiene el mundo por delante; que trabaje y se haga hombre...» Hijo mío, yo cumplo el encargo. Espero que no te ofenderás por ello. Mario quedó tan aturdido que no habló una sola palabra. Las de su suegra le sonaban en el cerebro como martillazos.
Aquellos martillazos estaban destinados a ella; aquella maldad impune, irresponsable, mecánica del bronce repercutiendo con tenacidad irritante, sin por qué ni para qué, sólo por la razón universal de molestar, creíala descargada sobre su cabeza.
Entraba en su despacho. Volvía entonces a sus máquinas y colecciones; a veces tenía que clavar, serrar o cepillar. ¿Cómo no hacer ruido? Sobre todo, el martillo atronaba la casa. Quintanar lo forró con bayeta negra, como un catafalco, y así clavaba, los martillazos apagados tenían una resonancia mate, fúnebre, de mal agüero, que llenaba de melancolía a don Víctor.
Allí cerca se mueve alguna gente: óyense, soplando el viento de mediodia, algunos martillazos que dobla el eco de los vecinos collados, y á poco aparecen clavados tambien otros dos cuerpos horriblemente mutilados.
Pues yo pensaba que esas redondillas tan vigorosas necesitaban grandes martillazos. D. Laureano y Mario volvieron la cabeza para reírse. Adolfo Moreno metió la cara por el periódico para hacer lo mismo. Usted siempre de broma, amigo Rivera dijo el poeta, avergonzado. El café estaba en su momento álgido.
Era el mismo a quien vimos hace mucho tiempo, acaudillando la fiera cáfila que asesinó a martillazos al cura Vinuesa 21 en la cárcel de la calle de la Cabeza. Aquel tigre pequeño vivió mucho. Alcanzó los tiempos de Chico. En la taberna hacía falta un orador para electrizar el selecto concurso. Aquel orador fue Pelumbres, que hablaba mostrando el puño y frunciendo las cejas.
Hasta se parecía un poco a don Carlos. Aquel sol de Febrero, promesa de primavera; aquel ambiente fresco que convidaba a la actividad, al movimiento; aquellos martillazos, aquellos silbidos, aquellas nubecillas ligeras que cruzaban el cuadrado azul a que servía de marco el alero del tejado... todo aquello edificaba». «¡Aquella era su casa, allí era ella la reina, aquella paz era suya!». Al dejar el martillo para coger la sierra don Víctor vio a su mujer.
Palabra del Dia
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