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Nosotros nos metimos en un coche, salimos a la tardecica, una hora antes de anochecer, y llegamos a la media noche, poco más, a la siempre maldita venta de Viveros. El ventero era morisco y ladrón, que en mi vida vi perro y gato juntos con la paz que aquel día.

La gente indiana, luego como vido Que se iba este negocio aderezando En su pró, al encuentro han acudido, Y en breve á los Cristianos se acercando, Comienzan á prenderlos, y mataban A los que defenderse procuraban. Charruas es la gente que aquí habita, Que ha hecho grande estrago en los cristianos: Es gente muy cruel y muy maldita, Tambien ha hecho presa en luteranos.

La gente de los alrededores es muy buena dijo Magdalena después de una pausa, saliendo de la penumbra. Los hombres de la bifurcación del río dieron vueltas por aquí, hasta que comprendieron que no me hacían maldita la falta, y las mujeres ¡son tan bondadosas!... no han venido una sola vez.

Santiago se desprendió bruscamente de los brazos de su hermano y comenzó a gritar salpicando sus palabras con fuertes interjecciones: ¡Un coche, un coche! ¿no hay un coche por ahí?... ¡maldita sea mi suerte!

¡Maldita suerte! ¿No habrá tiempo todavía? ANDREÍ

En esta situación de ánimo ocurrió un día la maldita casualidad de que, yendo Elisa a paseo en landó, al pasar por la Puerta del Sol a eso de las cuatro de la tarde, se interpusiesen unas mujeres distraídas y estuviesen a punto de ser atropelladas.

Pero no lo habíamos previsto todo: no habíamos previsto que Dupont, muy receloso de aquella ilusoria ocupación de la sierra por los insurgentes, había levantado su campo en la misma noche, y silenciosamente, sofocando los ruidos de su tropa, abandonaba la funesta y para ellos maldita ciudad de Andújar. Cerca de la madrugada, nuestros jefes disponían las columnas para la marcha.

El capitán prosiguió su camino con cara de risa murmurando: ¡Vaya unos baquetazos lindos que te has ganado esta noche! ¡Vuelve por otros, tunante! El capellán lo siguió con torvo semblante y rechinando los dientes decía: ¡Maldita sea tu estampa! ¡Algún día me las pagarás, viejo estúpido!

Para nada quiero el dinero de esa gente, ni me hace maldita falta: lo que yo quiero es que conste... , señora doña Bárbara, es usted mi suegra por encima de la cabeza de Cristo Nuestro Padre, y usted salte por donde quiera, pero soy la mamá de su nieto, de su único nieto».

Las palabras de Pimentó tranquilizaban á los vecinos, y éstos seguían con mirada atenta los progresos de la maldita familia, deseando en silencio que llegase pronto la hora de su ruina. Una tarde volvió Batiste de Valencia, muy contento del resultado de su viaje. No quería en su casa brazos inútiles.