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Actualizado: 7 de octubre de 2025
Y, efectivamente; allí estaba aún la estatua del santo como centinela eterno, vigilando el Júcar para oponerse a la maldición del rencoroso San Vicente.
Sería una causa de maldición para los rebeldes que hubieran buscado deliberadamente un bien que en virtud de alguna suprema razón era evidentemente mejor que no lo poseyeran. Si una cosa no debía existir, decía Nancy, era un deber estricto el renunciar hasta al deseo de conseguirla. Y la verdad es que los hombres más sabios no sabrían expresar en mejores términos los principios de Nancy.
Todos le llamaban el Ateo, pero la experiencia había convencido a los más fanáticos de que no mordía. «Era el león enamorado de una doncella», decía elegantemente Glocester, «una fiera sin dientes». Hasta las más recalcitrantes beatas pasaban al lado del Ateo sin echarle una mala maldición: era como un oso viejo, ciego y con bozal que anduviese domesticado, de calle en calle, divirtiendo a los chiquillos; olía mal pero no pasaba de ahí.
Al menos Obdulia, viviendo entre ataúdes, tiene sobre qué caerse muerta... Pero tú, ¿de qué vas a vivir? ¿Del dedal y las puntadas de ese prodigio? Verdad que como eres tan trabajador y tan económico, aumentarás las ganancias de ella con tu arreglo. ¡Dios mío, qué maldición ha caído sobre mí y sobre los míos! Que me muera pronto para no ver los horrores que han de sobrevenir».
Perdóneme Vueselencia, le respondió con mas cortesía Panglós, porque la caida del hombre y su maldicion hacian parte necesaria del mas excelente de los mundos posibles. ¿Según eso este caballero no cree que seamos libres? dixo el familiar.
12 Y venido el día, algunos de los judíos se juntaron, e hicieron voto bajo maldición, diciendo que ni comerían ni beberían hasta que hubiesen matado a Pablo. 13 Y eran más de cuarenta los que habían hecho esta conjuración;
La desdicha le parecía irremediable; lo sólo que debía procurar era prescindir de su amor, sofocándolo como a sentimiento réprobo, cuya vida ha de ser toda maldición y pena. Según fueron llegando a sus manos las primeras cartas de Pepe, las rasgó con ira, sin leerlas; pero en vez de tirarlos, guardó los pedazos en el cajón de un mueblecillo.
Con un cargamento tan ligero subimos hacia el norte con los alisios, teniendo que echar varias veces algunos viejos negros al mar para regalo de los tiburones, y, al pasar cerca de la isla de la Ascensión, estuvimos a pique de ser cazados por un crucero inglés. Los viajes de El Dragón tomaban un nuevo aspecto. Según algunos marineros, el doctor Cornelius había echado la maldición al barco.
1 Aquel día se leyó en el libro de Moisés oyéndolo el pueblo, y fue hallado en él escrito, que los amonitas y moabitas no debían entrar jamás en la congregación de Dios; 2 por cuanto no salieron a recibir a los hijos de Israel con pan y agua, antes alquilaron a Balaam contra ellos, para que los maldijera; mas nuestro Dios volvió la maldición en bendición.
Luego el trabajo no es una maldición, sino una bendición.» La conclusión no es legítima, como a primera vista se observa. Lo único que se puede afirmar es que el aburrimiento significa para nosotros una pena mayor que la del trabajo.
Palabra del Dia
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