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Actualizado: 30 de abril de 2025


Saludemos á la magnolia, princesa india que ha venido de viaje y se ha quedado en nuestro clima. No está bien de salud la señora; pero ¡qué aristocrática, qué regia es esta amazona! No se contenta con ser fragante y deliciosa flor, sino que quiere ser árbol, es decir, hombre.

El cuerpo era blanco, no con la blancura mate, yesosa y seca de la gardenia, ni con el tono marfilesco sucio de la magnolia, sino ligeramente carminoso como el de una rosa blanca que tuviera pudor y se ruborizase.

La condesa y Octavio se habían quedado un poco atrás y siguieron hablando del baile de los duques de Hernán Pérez, ó sea del «mundo del espíritu», como decía nuestro señorito. La horticultura no les seducía. Mas al hallarse en frente de una frondosa y espléndida magnolia, ambos detuvieron el paso para contemplarla.

Nace bien esta beldad extraordinaria, con el genio a sus plantas». Dos amigas están sentadas a la sombra de la magnolia, nuestra antigua conocida. En un sillón está sentada Lucía. Otras sillas de mimbre esperan a sus dueñas, que andan preparando dulces por los adentros de la casa, o con Ana, que no está bien hoy. Está muy pálida.

La hubiera retenido consigo, pero Jacobo la deslizó en su abrochada levita y preguntó con indiferencia cuánto tiempo hacía que aquello duraba. Desde que llegó, desde el mismo día en que entró en la Magnolia. Yo a la sazón fui un torpe, Juan, y ahora soy un torpe también; pero no supe cuánto la amaba hasta el presente. Y ya no es la misma mujer.

Y aunque brillase el sol, como por encima de la gran magnolia estaba brillando aquella tarde, alrededor de Ana se veía una claridad de estrella. Corrían arroyos dulces por los corazones cuando estaba en presencia de ella.

Amistad funesta Novela Capítulo I Una frondosa magnolia, podada por el jardinero de la casa con manos demasiado académicas, cubría aquel domingo por la mañana con su sombra a los familiares de la casa de Lucía Jerez.

A pesar del contacto íntimo y delicioso de su prenda querida, a pesar del tibio y grato mador de aquella piel, cuya tersura, suavidad y fragancia envidiarían los pétalos de la magnolia y de la flor del loto, Morsamor sintió el frío de la calentura y se santiguó maquinalmente. Entonces recordó con horror que era católico cristiano, aunque apóstata y réprobo.

La casa, el bosque, los prados, el jardín... Mire usted qué horrible es esta magnolia. La casa muy fea y muy antigua, siempre lo he dicho... Si la dieran tan siquiera un revoque y me pintaran los balcones, todavía... El bosque no vale para nada, no trae utilidad, está ocupando un sitio precioso para hortaliza o espalera de fruta o lo que le manden. Fernanda soltó una carcajada.

Ya sabemos que Periquito amaba las obras sólidas de la Naturaleza. Para expresar los deseos que atormentaban su espíritu, valíase ingeniosamente de la forma de sueños. Otras veces, se veía sobre la cúspide de una altísima montaña. Las nubes se acercaban. La mujer era blanca como el campo de la nieve, mórbida y espléndida como la flor de la magnolia.

Palabra del Dia

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