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Actualizado: 22 de mayo de 2025
Caía una lluvia fina cuando fue a apostarse en la calle de Serranos, cerca de la casa donde trabajaba la joven. A las ocho la vio salir, andando con su paso ligero y gracioso, rozando la pared y casi oculta en la penumbra de un alumbrado macilento, que en vez de luz parecía esparcir tinieblas. Bien comenzaba la entrevista.
Por algún tiempo yo recibí cartas suyas, que mi madre me leía y yo no entendía, porque felizmente mi corazón dormía tranquilo sin que le despertasen amorosos cuidados; pero al año no vino de las Indias carta de Gaspar, y se esperó en vano que viniese, y tanto tiempo pasó, que se dio a Gaspar por muerto; y aconteció entonces que, pensando yo que por mí solamente se había partido a las Indias, y que yo, sin quererlo, había sido la causa de su desventura, empezó a labrarse en mí por él una primera afición y congoja; que se me representaba en sueños triste y enamorado, y tan macilento y pálido, que no parecía sino cosa del otro mundo.
Los ojos eran los de un hombre astuto, vivo y penetrante, mientras las mejillas hundidas daban a su rostro un aspecto notable y ligeramente macilento. Era una fisonomía que, según mis recuerdos, no la había visto nunca, pero, sin embargo, sus peculiaridades eran tales, que en el acto se grabó indeleblemente en mi memoria.
Ambos gritaban, gesticulaban, levantaban los brazos, abría las manos, pateaban, hablaban de niveles, de corrales de pesca, del río de S. Mateo, de cascos, de indios, etc., etc. con gran contento de los otros que les escuchaban y manifiesto disgusto de un franciscano de edad, extraordinariamente flaco y macilento, y de un guapo dominico que dejaba... dejaba vagar por sus labios una sonrisa burlona.
Efectivamente, había cerrado la noche, y el príncipe la vió perderse en la penumbra de la calle por donde había llegado; una calle sin otra luz que la de un macilento reverbero azul. Pensó un momento en cerrarle el paso, suplicante y humilde... No iba á verla más: estaba convencido de ello. Pero al mismo tiempo tuvo la percepción de la inutilidad de su insistencia.
Paco Gómez era un joven flaco, flaquísimo, alto hasta tropezar en el dintel de las puertas, con una cabecita menuda como una patata, el rostro tan macilento que parecía, en efecto, caminar por el mundo con permiso del enterrador. Y con estas propiedades corporales el espíritu más humorístico de la población. ¡Ole mi niña! exclamó poniéndose en jarras frente al marica.
Tal lujo de colores, que habrían dado un pálido y macilento aspecto á mejillas menos brillantes, se adaptaba admirablemente á la belleza de Perla, y la convertían en la más reluciente llama que jamás se haya movido sobre la tierra.
En esto de la casa hubo salido Desnudo macilento por el llano, Un mozo del Armada conocido, Que Vargas se llamaba, trugillano. Salió
D. Valentín, muy afligido y lloroso, y no menos humilde, contestó que nada tenía que perdonar; que él era el culpado, pues no había sabido hacer dichosa á una mujer tan santa y tan buena. El rostro macilento de Doña Blanca se tiñó entonces de ligero rubor. Sus labios exhalaron un triste suspiro.
Y él respondió: ¿Pues qué otro? ¿No me ve la mella que tengo en los dientes? No tratemos de esto, que parece mal alabarse el hombre. Yendo en estas conversaciones, topamos en un borrico un ermitaño, con una barba tan larga que hacía lodos con ella, macilento y vestido de paño pardo. Saludamos con el Deo gracias acostumbrado y empezó a alabar los trigos y en ellos la misericordia del Señor.
Palabra del Dia
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