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Era don Pedro un presbítero natural de Ecija, que vivía en Sevilla y hombre de no muy buenos instintos y peores mañas, cuyo fin fué al cabo lamentable.

Las artes cosméticas e indumentarias y todas las demás invenciones, trapacerías y mañas, provocantes y fomentadoras del erotismo, habían llegado a la perfección hace más de tres mil años y desde entonces nada han adelantado.

Ya ves que te he seguido paso a paso. He notado tu empeño en no hablar con nosotros de ciertas cosas, porque te repugnan nuestras ideas sobre la política, la guerra y los curas trabucaires; y, por último, he aguantado tus mañas para convertir a mamá y lo que intentas para que riñan Millán y Leo... en fin, te conozco a fondo. , en cambio, no sabes de lo que soy capaz. ¿De qué?

Mientras confió el mozo, y la prendera supo hacerle esperar, en que la boda le proporcionaría cuartos, ocultó sus mañas; pero verificado el matrimonio, libre la madrastra, sujeta Engracia y chasqueado el novio, comenzó éste a dar mala vida a la muchacha. Afortunadamente, sus brutalidades duraron poco.

185 Ya les conozco sus mañas, le conozco sus cucañas; como hacen la partida, la enriedan y la manejan; deshaceré la madeja aunque me cueste la vida. 186 Y aguante el que no se anime a meterse en tanto engorro o si no aprétese el gorro y para otra tierra emigre; pero yo ando como el tigre que le roban los cachorros.

Yo, que bien descuidado iba de aquello, miré lo que era, y como no vi sino sogas y cinchas, que no era cosa de comer, díjele: "Tío, ¿por qué decís eso?" Respondióme: "Calla, sobrino; según las mañas que llevas, lo sabrás y verás como digo verdad."

SANCHO. No, señor; Que en dos rocines venimos Pelayo y yo. PELAYO. Y los cortimos Como el viento, y aun mijor. Verdad es que tiene el mío Unas mañas no muy buenas: Déjase subir apenas, Echase en arena o río, Corre como un maldiciente, Come más que un estudiante, Y en viendo un mesón delante, O se entra o se para enfrente. REY. Buen hombre sois. PELAYO. Soy, en fin, Quien por vos su patria deja.

Ya, ¿qué se puede esperar de un trapisondista calavera, como usted, que abandonó a su familia por irse a extranjis a aprender malas mañas? ¡Decir que España ha de ser francesa! Salga usted de mi casa, y no ponga más los pies en ella. ¿Qué te parece, Gregoria? Mujer, ¿te estás con esa calma y no bufas de cólera como yo?

Siempre llega tarde, y como de mala gana. ¡Oh!, yo le conozco bien las mañas: me le de memoria. Nada, que quiere echarme al agua otra vez, lo veo, lo estoy viendo. Hoy se lo dije claro, y no me contestó nada. Entonces tenemos a la mona del Cielo de enhorabuena. ¡Ah!, no... Me parece que ahora la veleta marca para otro lado. Me está faltando con alguna que ni su mujer ni yo conocemos.

Los hortelanos son arteros y maliciosos; ya lo dicen los viejos sainetes y los cuentecillos de las florestas. Con sus mañas los hortelanos persuaden a las plantas silvestres a que dejen sus parajes bravíos; les dicen que en los cuadros de los huertos lucirán más su belleza; que tendrán lindas compañeras; que, en fin, estarán mejor cuidadas.