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Actualizado: 2 de junio de 2025


Don Rosendo, al cabo de otro rato, alzó el sable... Villar, instantáneamente dió otro brinco verdaderamente sobrenatural, que sobrepujó en mucho al primero. Creyeron que salía de la quinta. Los testigos se miraron todavía con mayor asombro. La pelea duró, en esta forma, más de media hora. Durante ella, don Rosendo gritó una vez: ¡Alto! ¿Qué hay? preguntaron los testigos acercándose.

Tomé una ligera colación poco antes de mediodía, y habiéndome despedido de la buena mujer y sus hijas, prometiendo volver a verlas a mi regreso, comencé el ascenso de la colina que lleva al castillo y desde éste al bosque de Zenda. Media hora de pausado andar me llevó a las puertas del castillo.

Y basta ya de anécdotas y de historias, que se hace tarde, y tenemos que salir para Madrid antes del obscurecer..... Dicha Torre pertenecía antes á un extenso edificio; pero hoy se ha quedado aislada y sola, como padrón conmemorativo de la Edad Media. Su figura es de lo más elegante y gallardo que nos han legado aquellos tiempos.

Media hora después, Reyes recibía trescientos duros en oro, de manos de D. Benito, en el despacho de este, sin más testigos que los libros del protocolo, que siempre habían inspirado a Bonifacio una especie de terror supersticioso. D. Benito el Mayor tenía la costumbre de coger por las orejas a sus parroquianos y clientes a poca confianza que tuviera con ellos.

Llegué a la mañana siguiente, me acerqué a la casa, entré en el jardín, puse el pie en el primer escalón de la puerta y allí me detuve, porque mis pensamientos absorbían todo mi ser y necesitaba estar inmóvil para meditar mejor. Creo que permanecí en aquella actitud más de media hora. Silencio profundo reinaba en la casa.

No era ya posible dar un paso más en la arquitectura de la edad media: la materia, domada y sometida durante un penoso trabajo de tres siglos, nada inspiraba ya; la estraordinaria habilidad de los artífices habia llegado á su término racional; el ingenio y la razon, el arte y la ciencia de consuno, habian hecho de la piedra, de la madera, del hierro, del plomo, cuanto era dable hacer, traspasando no pocas veces los límites del buen gusto.

Entonces el teniente ordenó con voz colérica: ¡Fuego a discreción! Un tiroteo incesante partió de la media compañía formada en batalla. Pero el solitario enemigo ni huía ni caía. En pie sobre la roca, sin intentar siquiera guarecerse detrás de alguna piedra, seguía cargando y disparando su arma, repitiendo siempre con voz terrible: ¡Viva Carlos Séptimo! ¡Viva la religión!

Era un mocetón moreno, vestido como los contrabandistas o los bandidos caballerescos que sólo existen ya en los relatos populares. Al trotar su caballo, movíanse las alas de su chaqueta corta de cordoncillo de Grazalema, con coderas de paño negro ribeteadas de seda y bolsillos de media luna forrados de rojo. El sombrero, de alas grandes y rectas, estaba sostenido por un barbuquejo.

Media hora después, un hombre alto, delgado, pálido, como de sesenta años muy modestamente vestido con ropas que demostraban un antiguo y continuo trato con el cepillo, entró lleno de ansiedad. Era uno de esos hombres que llevan el corazón en la cara. Un corazón todo sentimiento, todo dulzura, todo abnegación, todo caridad. Y en los ojos, la mirada inteligente y serena.

Algunos pretenden que fué construida en el siglo III, pero lo mas cierto es que data del V, habiendo sido restaurada en el IX bajo el papa Pascual. Es una construccion baja y reducida, de estilo byzantino puro, y por lo mismo de una sencillez que hace gran contraste con las recargadas labores de los templos de la edad media.

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