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Actualizado: 21 de junio de 2025
Don Marcos se irguió, ofendido por el tono zumbón con que se hablaba de su gloria, y dijo altivamente: Señor de Castro, soy un viejo soldado de la legitimidad, he derramado mi sangre por la santa tradición, y nada tiene de particular que...
Don Marcos se aferraba á esta palabra para mantener su incredulidad. Aquel pueblo estaba acostumbrado á realizar cosas enormes; todo lo veía en grande: ciudades, edificios, industrias, riquezas, pero luego lo aumentaba considerablemente al anunciarlo y describirlo.
A cada lado de la portada había además dos ventanas con marcos, consistentes estos, en pilastras que sostenían sendos entablamentos, con frontoncíllos, en cuyos tímpanos resaltaban en relieve bustos de hombres, concluyendo los adornos, cartelas, vasos con flores y otras invenciones propias del estilo, todas esculpidas en blanquísimos mármoles .
Don Marcos protestaba de la imprevisión de los generales con una cólera de primario, uniendo sus quejas á las del vulgo.
Las mujeres que trabajaban a las puertas de sus casas los miraban con curiosidad tocada de admiración. ¿Quién es el señorito que va con don Melchor? Mujer, ¿no le conoces? El sobrino; el señorito Gonzalo, que llegó ayer en la Bella-Paula. ¡Vaya un real mozo! Como su padre don Marcos, que en paz descanse. Y como su abuelo don Benito añadió una vieja. ¡Qué familia tan noble y campechana!
Se marchaban: debían pasar la frontera en la misma tarde para presentarse en su cuartel. Habían recibido orden del cónsul. No parecía entusiasmarles su nueva condición; pero don Marcos, por deber profesional, quiso fortalecerlos con un pequeño discurso.
Toledo tuvo que contarles su vida guerrera como él se la imaginaba, á través de los años , y los dos jóvenes, que habían asistido á combates de millones de hombres, mostraron el mismo interés de los niños que escuchan un cuento exótico ante este relato de obscuros encuentros de montaña, que ni nombre tenían, y sólo perduraban exageradamente en la memoria de don Marcos.
En la intimidad, cuando estaban solos, prefería llamarle «marqués», marqués de Villablanca, sin que el príncipe consiguiera torcer con sus burlas este orden establecido por don Marcos en las categorías de su respeto.
El maestro afirmaba, que el mismo general lo había nombrado alférez en los últimos meses de la guerra, por ser más instruído que sus desarrapados camaradas. Así entró Marcos Toledo en el palacio de los Lubimoff. El grave marido de la princesa rió con una alegría juvenil al conocer sus andanzas de emigrado en París.
Víneme á Madrid desde San Marcos, no sin algún escrúpulo é inapetencia, porque no ha habido vez en que yo haya vuelto á Madrid desde que salí de él á aventuras, que no me haya sucedido una desventura.
Palabra del Dia
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