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La pobre Lucy era la obrera debilitada por la explotación, envenenada desde su nacimiento por la miseria; eres la hija del pueblo atraída fuera del hogar por el encanto del bienestar de los privilegiados; seducida, no por el amor, sino por el capricho de los felices, la doncella llevada en sacrificio al Minotauro, cuyos restos se arrojan después al estercolero.

LUCY. ¡No está mal...! LA SE

LUCY. ¿Y si recurriera a la calefacción central...?

Era la miss animosa de la propaganda evangélica que recorre el globo esparciendo Biblias con fría sonrisa, sin miedo a las burlas de los civilizados ni a la brutalidad de los salvajes; pero lo que Lucy repartía eran excitaciones a la revuelta, y no buscaba a los dichosos, sino a los desesperados, en las fábricas y en los arrabales infectos.

LA CONDESA. Usted, querida mía, desea amueblar su palacio; hubiera podido llevarla a casa de algún afamado tapicero, que le habría proporcionado un decorado cualquiera; usted hubiera tenido ese interior banal que se ve en casa de todos los nuevos ricos. Yo he preferido traerla a casa de la señora Maschine. LUCY. ¿Quién es ésta...? ¿Una tapicera...?

La duquesa, sin embargo, temiendo sin duda que trasladase esta a sus orejas las famosas hipotecas que sobre sus tierras tenía, quiso escurrirse por la sala de lectura, con tan mala suerte, que fue a toparse en el patio mismo con la López Moreno, su hija Lucy, dos doncellas, un criado, diecisiete baúles y número ilimitado de cajas y sombrereras.

LUCY. ¡Oh! ¡No lee, porque yo no le dejo tiempo para ello...!

Lucy, hermana de mi abuelo, había sido abadesa de las Ursulinas de Mâcón, y en aquel tiempo iban a visitarla y a jugar en el convento los hijos pequeños de su hermano. No había pasadizo, jardín, celda ni escalera secreta que fuese desconocido por ellos.

Esto ocurría las más de las veces entre los individuos de distinto sexo que pueblan la tierra. Se rozan, pero no se compenetran ni confunden. Existe el sentimentalismo pasajero, el capricho carnal, nunca el amor. Lucy, la pobre enferma, era el ser afín al suyo: se vieron y se amaron.

Beatriz entrega el ducado, el otro perdona la deuda, y pata... Pero lo más chistoso es que Lucy dota a Gonzalito en cuatro millones... ¡Qué delicia!... De modo que, en caso de viudez, Gonzalo quedará siempre prince douairier, es decir, douairier de Matapuerca.