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Mi hijo, mi pobre hijo viviendo como un esclavo, sufriendo hambre, recibiendo golpes, él tan noble, tan hermoso... y su madre aquí, haciendo la niña, extasiándose con unos amores ideales, dando paseos poéticos por los jardines, cambiando besos... un romanticismo de vieja. Las locuras del juego aún podían tolerarse.

Entonces, es un gran compañero para ir al baile de la Ópera, replicaba alegremente Jacobo que, con su carácter turbulento, no tenía tiempo de estudiar á sus compañeros de locuras.

En 1873, perdió a su hijo único, Roberto de Longueval; los herederos eran los tres nietos de la Marquesa: Pedro, Elena y Camila. Tuvieron que sacar a remate la propiedad, porque Elena y Camila eran menores. Pedro, joven de veintitrés años de edad, había hecho mil locuras, estaba semiarruinado y no podía pensar en rescatar a Longueval. Eran las doce del día.

Con aquellas sentencias desaparecieron de la escena los dos famosos alumbrados que tanto ruido dieron, terminando su vida obscuramente y arrepentidos, según es de creer, de sus pasadas locuras y escándalos.

Su primo Rafael había terminado la carrera, abandonando las locuras de estudiante para revestirse de la gravedad del doctor, y cuando ella esperaba de un momento a otro que formulase ante el padre sus pretensiones, una buena alma la hizo saber que aquel calavera ya no limitaba sus infidelidades a serenatas amorosas o pasiones del momento, sino que tenía cierto «arreglo» en el barrio del Carmen con carácter permanente, y hasta se susurraba si había una criatura de por medio.

Me pareció que la señorita Margarita al oir esta declaración magnánima, me lanzaba á hurtadillas una expresiva mirada, como para decirme: ¡Vea que á mi alrededor no es tan raro el sacrificio! Luego respondió al señor de Bevallan: ¡Por Dios, no haga locuras, el agua es muy profunda! Hay un verdadero peligro. Eso me es absolutamente indiferente contestó el señor de Bevallan.

Toda la venta estaba en silencio, y en toda ella no había otra luz que la que daba una lámpara que colgada en medio del portal ardía. Esta maravillosa quietud, y los pensamientos que siempre nuestro caballero traía de los sucesos que a cada paso se cuentan en los libros autores de su desgracia, le trujo a la imaginación una de las estrañas locuras que buenamente imaginarse pueden.

Raúl hacía mil locuras para hacer aparecer una sonrisa en los labios descoloridos de la madre o merecer una mirada de agradecimiento de la hija.

Después de algunos episodios aparece Damasceno, despojado de todos sus bienes, y hasta de sus vestidos, y pidiendo hospitalidad. El compasivo pastor lo recibe entre sus servidores, y el extraviado joven, avergonzado de sus locuras, hace cuanto puede para borrarlas á fuerza de arrepentimiento, de trabajo y fidelidad.

Pepe Güeto, hijo de un rico labrador de Villafría, de edad de treinta años, era el hombre más grave, mesurado y formal que se conocía en toda la provincia. Las locuras y regocijos algo descompuestos de doña Manolita le chocaban de un modo atroz y siempre los estaba censurando.