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Actualizado: 15 de julio de 2025


No por qué no... exclamó la muchacha con acento más firme ya . Yo soy como otras, tan buena como la que más... hoy en día no estamos en tiempos de ser los hombres desiguales... hoy todos somos unos, señora... se acabaron esas tiranías. Meneó la cabeza la paralítica, con la tenaz desconfianza de los viejos indigentes que nunca vieron llover del cielo torreznos asados.

Viejas trompas se limpian de su herrumbre de siglos, viejas arcas se abren, donde el tiempo juntara en revueltas marañas, con provectos armiños las guedejas doradas de infantiles cabezas; los aceros de guerra, en el ignoto crisol del Amor, hoy se funden para hacer los arados que abrirán las entrañas de la fértil llanura, y al llover el sudor de las frentes hermanas, granarán las espigas de los trigos del Mundo que serán los de Hispania...!

El teniente, que era un mancebo de veinte años, bastante simpático, dio la orden de colocarse en dos filas, dejando a los presos en el medio. Al poco rato comenzó a llover fuertemente.

Leed las listas de donativos hechos por los gremios, por los comerciantes, por los nobles y hasta por los mendigos. ¡Aquel era llover de dinero, y reunirlo a montones, sin que ni un realito de vellón se escapase por entre los agujeros del cesto administrativo! En la lista de donaciones hay una partida conmovedora que dice así: «La Sra.

»No quiere decir ésto que la salud esté allí asegurada; y es indudable la necesidad de observar buen régimen higiénico, sobre todo para combatir las humedades y para no aspirar las frecuentes evaporaciones de la tierra que se verifican inmediatamente después de llover». Vientos.

Para la Comadreja el desenlace de la romería fue delicioso: comenzaron a llover gotas anchas cuando ya se aproximaba la noche, y vino el capitán mercante a ofrecerle el brazo y un paraguas.

Cuando supo que el portugués tenía la misma pretensión, le entró una cólera terrible, y juró que le había de calentar las orejas al intérprete. Por la noche del segundo día debió cambiar el tiempo, porque el barco empezó a navegar, dando tumbos, y comenzó a llover. Se oía el ruido de la lluvia, que azotaba y repiqueteaba en la toldilla. Era una de esas lluvias de los trópicos, abundantes y densas.

Y, diciendo y haciendo, desenvainó la espada, y de un brinco se puso junto al retablo, y, con acelerada y nunca vista furia, comenzó a llover cuchilladas sobre la titerera morisma, derribando a unos, descabezando a otros, estropeando a éste, destrozando a aquél, y, entre otros muchos, tiró un altibajo tal, que si maese Pedro no se abaja, se encoge y agazapa, le cercenara la cabeza con más facilidad que si fuera hecha de masa de mazapán.

Afortunadamente el público filarmónico oía la orquesta como quien oye llover. Emma entró en el salón después de ejecutado el primer número del programa; atrajo la atención por dos cosas; por su vestido carísimo y llamativo, y por venir colgada del brazo del alemán, del ingeniero Körner, un hombre gordo, alto, encarnado, de ojos de niño llorón, azules, claros, muy hundidos.

Esto era otra cosa; y los que habían permanecido indiferentes ante las guerras gloriosas del Gran Federico, de que Körner se envanecía como si fuera nieto del ilustre Monarca; los que oían hablar de Goëthe, y de Heine, y de Hegel, como quien oye llover, llegaron a reconocer el glorioso porvenir de la raza que criaba tan buenos estómagos.

Palabra del Dia

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