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Perla inmediatamente se la puso al rededor del cuello y de la cintura, con tal habilidad que, al verla, parecía que formaba parte de ella y era difícil imaginarla sin ese adorno. ¿Es tu madre aquella mujer que está allí con la letra escarlata? dijo el capitán. ¿Quieres llevarle un recado mío? Si el recado me agrada, lo haré, dijo Perla.

Y cuando, después de tres años de vida común, llena de paz y de consuelo, el Cielo prometió bendecir su unión, ella no cesó, aunque su estado exigía los mayores cuidados, de ir y venir, arreglándolo y dirigiéndolo todo, en la cocina, en la bodega y en la casa. Casi parecía que hubiera querido ganar así para su marido la dote que no había podido llevarle.

Las medicinas que usted le da, no le hacen ningún efecto. Hoy hemos hablado mi tía y yo. Antes de llevarle a un manicomio, es preciso probar algún otro medicamento. ¿No se decide usted a darle eso que decía?... no me acuerdo cómo se llama... eso que suena así como un estornudo...». ¡Ah!, el hatchiss... lo prepararemos.

De otro novio, natural de Carcabuey, he oído yo también contar, como testimonio de lo arraigada que está la idea de que el matrimonio exige mucha calma antes de llevarle a cabo, que su futura suegra, considerando que su hija llevaba ya trece años de hablar con aquel novio, sin que llegase él a pedirla, y que ella se iba ajando y marchitando un poco, se resolvió a preguntar al novio qué intenciones traía.

Fuéron con mucho aparato á su casa el escribano de la causa, los alguaciles y los procuradores, á llevarle sus quatrocientas onzas, sin guardar por las costas mas que trecientas noventa y ocho; verdad es que los escribientes pidiéron una gratificacion.

Oyó luego que su hermano se lavaba en el cuarto inmediato, y cuando doña Lupe entró para llevarle toallas, cuchichearon largo rato. Maximiliano calculó que probablemente hablarían de la herencia; pero no las tenía todas consigo. Trataba de darse ánimos considerando que su hermano era el más simpático de la familia, el de más talento y el que mejor se hacía cargo de las cosas.

¡Pero si le faltan las fuerzas para tenerse en pie!... añadió la mendiga. Hace más de veinticuatro horas que el pobre no ha comido nada. Pues bien, vamos a verle, repuso Juanito, y si no podemos llevarle nosotros, yo iré en una carrera al pueblo a traer lo que haga falta.

Hízolo así el canónigo, y adelantóse con sus criados y con él: estuvo atento a todo aquello que decirle quiso de la condición, vida, locura y costumbres de don Quijote, contándole brevemente el principio y causa de su desvarío, y todo el progreso de sus sucesos, hasta haberlo puesto en aquella jaula, y el disignio que llevaban de llevarle a su tierra, para ver si por algún medio hallaban remedio a su locura.

Para lograr este dulce desenlace apelaba a los medios que los galanes han usado siempre en tales casos; los mismos que Ovidio recomendaba en su arte amatoria. Solía llevarle regalitos de poco valor, un abanico, un dedal, peinetas para el cabello, etc. La niña los aceptaba con regocijo y gratitud. Cierto día el experto seductor quiso dar un avance.

Para esto suele el Mapono más venerable coger en brazos al aprendiz, ponerle á mirar á la luna cuando está llena, estirarle los dedos mandándole que se deje crecer las uñas, llevarle por los aires y ponerle en el seno de la diosa Quipoci; vuelve el miserable de aquellos éxtasis afligido y desmayado, de suerte que apenas, después de muchos días, recobra sus fuerzas.