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Le escribiré; le enviaré periódicos que hablen de y usted verá como tiene una amiga que no le olvida y le saluda desde Londres, San Petersburgo, o Nueva York, cualquiera de los rincones de este mundo que muchos creen grande y en el cual no puedo revolverme sin tropezar con el fastidio. ¡Que tarde ese momento! dijo Rafael. ¡Que no llegue nunca! ¡Loco! exclamó Leonora. Usted no sabe cómo soy.

La respuesta no se hizo esperar, pues á los pocos días me invitó á ir á su casa á tomar una taza de te y á oir música. No desperdicié la ocasión y á las diez llegué á la calle de Astorg donde encontré una docena de personas de variadas condiciones, que iban desde el tenorino que cecea el francés, hasta el diplomático serio y desde la viuda joven un poco dudosa hasta la más auténtica.

Yo jamás he atesorado por vicio; he ahorrado para los míos, nunca para . Calló largo rato el prelado; pero en su irresistible afán de confesarse con la sencilla mujer, continuó: Estoy seguro de que no me despreciará Dios cuando llegue mi hora. Su infinita misericordia está por encima de todas las pequeñeces de la vida. ¿Cuál es mi delito?

Y leyéndole embelesado, llegué a sumirme en un cúmulo de reflexiones que, empalmándose por un extremo en la monótona insulsez de toda mi vida mundana y embebiéndose enseguida en el espectáculo en que se recreaban mis ojos, se remontaban después sobre las cumbres altísimas que limitaban el horizonte a mi espalda, y aún seguían elevándose a través del éter purísimo por donde suben las plegarias de los desdichados y los suspiros de las almas anhelosas del Sumo Bien.

¡Luceros de radiar inextinguible! ¡soles que apenas los humanos ven; almas, felices almas! ¿es posible que llegue a ser estrella yo también...? ¿Sabéis lo que es el río al parecer inerme, cuyas dormidas aguas espejan lozanías? Es el titán pacífico en cuyo seno duerme un nunca sospechado tesoro de energías. ¿Sabéis dónde ha nacido la plácida corriente?

Yo debo conoceros, puesto que con tal cuidado fingís la voz. No, no me conocéis. Pero veamos, señora, lo que hemos de hacer; lo que importa es salvar vuestro honor. ¡Ah, Dios mío! ¿y cómo? Nadie sabe por mi parte que yo os he escrito; para que mi carta llegue á vuestras manos ha sido preciso que yo engañe á una de vuestras doncellas. ¡Esperanza! la habéis seducido, la habéis comprado...

Así nos entendimos, y llegué yo a ver hasta el fondo de aquel puro y cristalino lago, tan agitado y revuelto todavía por las iras de la reciente tempestad. »¡Aborrecer ella a Ángel cuando más en el alma le tenía!

A las cuatro de la tarde se fueron. Este dia, ya un poco restablecido el caballo de lo que se habia enflaquecido en la navegacion, me fuì en él por la costa del mar como seis leguas. A las dos de la tarde vuelta, y llegué de noche bordo. Este dia estuve bordo, haciendo componer algunas cosas pertenecientes á su aparejo.

Pero notaba yo que no se valía más que de un brazo para agarrarse, y no sacaba el otro hacia el remo, ni le movía para ayudarse. «¡Anade y atráquese le gritaba yo, hasta que llegue á darle una mano, que dispués ya podrá agarrarse á la lancha!. ¡Qué más quisiera yo que poder anadar, retiña! me respondió. Pues ¿por qué no puede? Porque me jalan mucho los calzones.

REY. En lo que os digo advertid. CONDE. Parece que el escudero Se ha turbado. ENR. El nombre ha sido La causa. SANCHO. Nuño ha venido; Licencia, señor, espero Para que llegue, si es gusto Vuestro. REY. Llegue, porque sea En todo lo que desea Parte, de lo que es tan justo, Como del pesar lo ha sido. SANCHO. Llegad, Nuño, y desde afuera Mirad. Sale NU