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Se ha mostrado siempre bien educado, hasta afable conmigo, pero había en su cara un no qué que me repelía y que me hace decir sin vacilar: ese hombre es un canalla y se verá el día menos pensado. ¿Venía aquí á menudo? , señor, venía mucho al principio; y hasta llegué yo á sospechar que pensaba en casarse con la señorita María.

Y en alta voz: «Ángel, ; pero es preciso, hija mía, confesar la fe de Cristo, consagrar a ella nuestros últimos pensamientos y pedirle con el corazón que nos perdone. Es tan bueno, tan bueno, que no niega su amparo a ningún pecador que se llegue a

¿Es usted de aquí? preguntó con voz trémula, temiendo que su curiosidad fuese repelida por el desprecio. , señor se limitó a contestar la señora. Pues es particular. Nunca la he visto a usted... Nada tiene de extraño. Llegué ayer. ¡Ya decía yo!... Conozco a todas las personas de la ciudad. Me llamo Rafael Brull, y soy hijo de don Ramón, que fue muchas veces alcalde de Alcira.

Dia 4. A la una de este, viendo que no habia aviso de uno ni otro de dicho parage, marchè al Arroyo de las Cortaderas, distante 6 leguas, donde llegué

El sentimiento que en estos momentos agobia mi alma, indica que aun a pesar mío, estoy adherida a las cosas mundanas; creía que las cosas terrenas me eran indiferentes, y observo que al menor contratiempo sucumbo. ¡Oh, Dios mío! Que llegue con vuestra ayuda a comprender lo pasajero e insignificante de este mundo y lo eterno de los bienes del cielo. 10 de agosto de 1801.

Llegué al teatro de San Fernando cuando solo había dentro de la sala dos docenas de personas a lo sumo. Aún tardó en poblarse larga media hora. Se representaba una función extraordinaria, a beneficio de no qué desgraciados, por la compañía de ópera que había actuado en Cádiz y regresado a Madrid. La sala del teatro es amplia, elegante, bien decorada.

Réstame por deciros, que el mozo es un oro, que si su sangre pudiese honrarse, la honraría, y que es gran pena, que en vez de ser hijo á trasmano, no lo fuese de mi señora la duquesa doña Catalina. Y como me tarda que ésta llegue á manos de vuecencia, abrevio el tiempo poniendo punto final. Guarde Dios á vuecencia. Plegó esta carta, la cerró, y se fué hacia doña Catalina. ¿Lloráis? la dijo.

Eso de que usted no me haga concebir la más remota esperanza de que algún día, por lejano que sea, mi cariño llegue a ablandarla, y me acepte siquiera por esclavo... Le acepto por amigo, por buen amigo dijo la joven gravemente.

Yo muy bien cuánto vales; que, por mil motivos, eres digno de una mujer que te honre, sin que la historia de su familia, o el origen de la que llegue a ser tu esposa sea obstáculo a tu felicidad; yo bien , Rorró, que tu tía, doña Carmelita, desea para una mujer de brillante cuna, elegante, hermosa... rica. Nada de esto tengo yo. No si soy buena o si soy mala.

Porque todo cansa, Julio, hasta la poesía del silencio. ¿Cómo le gusto más? ¿Silenciosa o habladora? Créame que estoy azorada y que me desconozco. No me soñé nunca semejante conversación. No haga caso, Julio. Hablo así por la alegría de volver a conversar con usted. Y sin embargo desea, me lo ha dicho, que llegue Adriana. ¡Y usted también, Julio!