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Actualizado: 9 de noviembre de 2025
A tientas cerraba el grueso portón y corría las barras de hierro; después, y siempre a tientas, subía una escalerilla de fundición, que retemblaba y sonaba con mis pasos y llegaba a la cúspide del faro. Por supuesto, allá sí que había luz.
Porque la brigadiera no podía sufrir con paciencia esta simpatía: se irritaba contra su hija cuando pedía que le trajesen a Miguel sin demora, y mucho más cuando éste, motu propio, se llegaba a darla un beso.
Aquí llegaba don Quijote de su canto, a quien estaban escuchando el duque y la duquesa, Altisidora y casi toda la gente del castillo, cuando de improviso, desde encima de un corredor que sobre la reja de don Quijote a plomo caía, descolgaron un cordel donde venían más de cien cencerros asidos, y luego, tras ellos, derramaron un gran saco de gatos, que asimismo traían cencerros menores atados a las colas.
Pero como era hombre de tacto, aunque juró un poco, acabó por callar. El Señor llegaba ya. Su barba era de plata y su cabeza tenía como adorno un triángulo resplandeciente que lanzaba rayos lo mismo que el sol. Detrás venía Miguel, con una armadura incrustada de piedras preciosas formando fantásticos dibujos. Cerraban la marcha todos los ministros y altos dignatarios de la corte celestial.
Los propietarios de la «villa» no podían dormir con un muerto al otro lado de la pared. Además era un muerto sin nombre, lo que le hacía más inquietante y misterioso. Nadie llegaba á acordarse del apellido de este señor que había mandado miles de hombres y aún imponía su voluntad á los vivos.
En ese instante se oyó un estampido formidable, como si la boca de un cañón del «Belgrano» o del «San Martín» hubiera entrado en el coche y vomitado un cañonazo: ¡¡¡Booooletooos!!! Cuando el jefe del tren llevó los que Melchor humildemente le entregó, el convoy llegaba a su estación terminal.
En el servicio de Petra había algo de la responsabilidad de un jefe de estación de ferrocarril. Don Álvaro sabía, porque don Víctor se lo había confesado, que el ex-regente y Frígilis, en cuanto llegaba el tiempo, salían de caza mucho más temprano de lo que Ana creía.
Finalmente, se instaló en el estudio, pasando por su casa con rapidez para que la familia se convenciese de que aún existía... Desnoyers, algunas mañanas, llegaba á la rue de la Pompe para hacer preguntas á la portera. Eran las diez: el artista estaba durmiendo. Al volver á mediodía, continuaba el pesado sueño. Luego del almuerzo, una nueva visita para recibir mejores noticias.
Además, cualquiera que fuese la determinación que adoptara, comprendía que, si llegaba a tener un nuevo altercado con Tirso, había de ser agrio, y esto le daba miedo: aún sonaban en sus oídos aquellas palabras del viejo: «ha dicho tu madre que si Tirso se va también se irá ella.» Entre tanto, la situación de la familia era cada día más angustiosa.
El día de San Vicente supo Juanito hasta dónde llegaba la indignación del venerable don Eugenio. La fiesta del santo popular verificábase con el aparato de costumbre.
Palabra del Dia
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