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Actualizado: 12 de junio de 2025
Las rompe luego para consagrarse á su antigua pasión; pero el Gobernador, á cuya noticia han llegado esas relaciones amorosas de Don Manuel con su hija, desea que se celebre el matrimonio entre ambos, excitado por las esperanzas lisonjeras que, para lo futuro, despierta este enlace en su ánimo, si el amante cumple su promesa.
Sin dejarle tiempo a reponerse le preguntó con interés por su hermanita, por su vida, por sus mariposas. Raimundo contestaba a sus preguntas con sobrado laconismo, no por frialdad, sino por su falta de mundo. Pero ella no se desconcertaba. Seguía cada vez más cariñosa envolviéndole en una red de palabritas lisonjeras y de miradas tiernas.
Consigno aquí esta declaración como respuesta, tardía sí, pero categórica a lo escrito en una célebre revista de circulación universal por un discretísimo y malogrado publicista francés 26, que al mismo tiempo que favorecía mi obra con apreciaciones lisonjeras, indicaba que el autor de ella se proponía concitar los ánimos de sus compatriotas contra Francia.
Cuánta razón teníamos en esperarlo a usted con impaciencia suspiró la señora d'Ornay; no hay como usted para pronunciar palabras lisonjeras.
El Rey, ya empleando la astucia y palabras lisonjeras, ya tremendas amenazas, intentó arrancarle el descubrimiento de los demás culpables, con el objeto de complicar en este asunto al P. Jorge Olivar, encargado de la redención de esclavos por la corona de Aragón. Cervantes se mantuvo inflexible, y sólo sostuvo que él era el único culpable.
Y así por desagravio, como por la superior admiración que su impasibilidad le causaba, como por el convencimiento más firme cada vez de que no habría de enamorarle, hiciera lo que hiciera, se dejó llevar de su afición a prodigarle finezas y a darle las pruebas más lisonjeras de amistad profundísima.
Cuando le dirigía estas preguntas lisonjeras, don Álvaro inclinaba la cabeza y miraba con gesto compungido a la Regenta como diciendo: «¡Por usted, por el amor que la tengo estoy yo en este miserable rincón!». Usted es de la madera de los ministros.... Oh... don Víctor... no crea usted que eso me halaga.... ¡Ministro! ¿Para qué?
A sus oídos llegaban, por boca de los criados, muchas frases lisonjeras, que merecían sus virtudes a los sacerdotes más venerables y a las almas más piadosas de la población, y percibiendo en ellas cierto sabor dulce, les prohibió que se las repitiesen.
En aquel recinto regio fueron muy pocos los que alcanzaron entrar, bajando todas las esclavas a recibir a su nueva señora con las demostraciones más ardientes de regocijo; unas danzaban al son de los albogues y adufes, y otras le cantaban al antiguo uso de Córdoba y del Cairo estas lisonjeras cásidas de versos: Entra aquí, entra aquí en estos jardines de arrayán, rosa y jazmines, entra, sí, cual reina por sus confines.
Glocester, al verle tan alegre y decidor, amable con amigos y enemigos ocultos se dijo: «¡Disimula! ¡Pues a disimulo no me ha de ganar este simoníaco!». Y se deshizo en amabilidad, cortesía y bromas lisonjeras. «Bueno era él». ¿Ha visto usted decía al salir de la catedral don Custodio qué satisfecho está el Provisor?
Palabra del Dia
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