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Quisimos penetrar, pero los guardas del edificio, herederos históricos de la gravedad monacal, nos prohibieron la entrada con cara de priores, enviándonos al estanco de la Hacienda pública, en donde debiamos proveernos de una especie de credencial, mediante la limosna de dos francos, uno por cabeza.

Quizá no fuese todo sino un poco de esa simpatía que, a modo de limosna, dispensa el poderoso al miserable. El pesimismo, compañero eterno de la desgracia, le dijo que acertaba. ¿Qué otra cosa podía ser? Pero luego la imaginación venció a la cordura y el desvarío del pensamiento se sobrepuso a la mentida frialdad de que Pepe quiso hacer alarde ante propio.

Sigue, sigue dándome esas pruebas de tu ateísmo, y los pobres te bendecirán... ¿Ateo ? ¡Ni aunque me lo jures lo he de creer!». Moreno se sonreía tristemente. Tal entusiasmo le entró a la santa, que le dio un beso... «Toma, perdido, masón, luterano y anabaptista; ahí tienes el pago de tu limosna».

Pedían limosna; deteníanse ante las ventanas de los cafés, dando golpecitos en los cristales; lanzaban miradas intranquilas a los puestos exteriores de las tiendas, pensando en la posibilidad de un descuido... Iban a lo que saliese; el robo no les parecía gran pecado: chorar era una ocupación digna de elogio, si se hacía con habilidad y sin riesgo.

Esa no será oración, sino blasfemia. El mal y la oración son incompatibles. Oración es aptisima arma, thesaurus prepotens, divitias inexhaustas pariens, fons et radix omnium bonorum. Virtud, misa, predicación, sacramentos, austeridad, limosna... todo puede subsistir con el pecado menos la oración, que es al espíritu del hombre como el aire al pulmón.

Mina, adivinando el término de esta fraseología, se ruborizaba, echándose atrás con instintiva conservación. No; siempre diría no. En otros tiempos, tal vez; cuando ella era joven y hermosa; cuando tenía la certeza de que podía dar felicidad y orgullo con la limosna de su cuerpo. ¡Pero ahora!... Se daba cuenta de su ruina.

Pasó el día acurrucado sobre el colchón, recordando los días de la infancia y acariciando la dulce manía de la vuelta de su hermano. Al llegar la noche, apretado por la necesidad, desfallecido, bajó a la calle a implorar una limosna. Ya no tenía guitarra; la había vendido por tres pesetas en un momento parecido de apuro.

Y aquí tornó a su llanto, como de primero; y túvole Sancho tanta compasión, que sacó un real de a cuatro del seno y se le dio de limosna.

Andaba por Sevilla en los comienzos del siglo XVII, un sujeto á quien todos conocían con el nombre del hermano Juan de Jesús María, el cual iba por las calles con hábito de tercero ó ermitaño y con mucha humildad y constancia pedía limosna para las huérfanas.

Mira, hijito, el que me ha dado ese dinero andaba por las calles pidiendo limosna cuando era niño, y después.... ¡Córcholis! ¡Quién lo había de decir!... D. Teodoro.... ¡Y ahora tiene más dinero!... Dicen que lo que tiene no lo cargan seis mulas. Y dormía en las calles y servía de criado y no tenía calzones... en fin, que era más pobre que las ratas.