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Había recibido una excelente enseñanza de los Padres de la Compañía. «Su fondo era bueno», como decía don Pablo cuando le hablaban de las calaveradas de su primo. El padre Urizábal, abrió el libro que llevaba sobre el pecho, el Ritual Romano, y comenzó a recitar la Letanía de los Santos, la Letanía grande, como la titulan las gentes de la iglesia.

¡Que me aspen si toco ni canto más! decía malhumorado el músico, enfundando su arpa. ¿Pues qué esperaba vuesa merced, un himno sacro ó la letanía? ¿Desde cuándo asustan á los pajecillos las trovas que entonan todos los juglares del reino? Lo dicho, no canto más. haréis, repuso uno de sus oyentes. Á ver, tía Rojana, un jarro de lo bueno para maese Lucas. Yo convido.

Porque como los marineros son amigos de divisiones y dividieron los cuatro vientos en treinta y dos, así los ocho tonos de la música los tienen repartidos en otros treinta y dos tonos diversos, perversos, resonantes y muy disonantes, de manera que hacíamos este día en el canto de la Salve y letanía una tormenta de huracanes de música, que si Dios y su gloriosa Madre y los Santos á quien rogamos, miraran á nuestros tonos y voces y no á nuestros corazones y espíritus, no nos conviniera pedir misericordia con tanto desconcierto de alaridos.

Con la salve y la letanía no terminaban los rezos. Un paje que hacía funciones de monacillo al lado del maestre recomendaba después con su voz infantil: Digamos una Ave María por el navío y la compañía. Sea bien venida contestaba la multitud. Y cuando se finalizaba este rezo, el maestre saludaba a todos con grave compostura. Amén, señores, y que Dios nos buenas noches.

Claramonte llamábale en 1613, en el Inquiridion que va al fin de su Letanía moral, «floridissimo ingenio de Ezija, de quien esperamos grandes escritos y trabajos, y a hecho hasta oy muchas famosas comedias». Cervantes no le elogió menos en estos dos tercetos del cap.

Y cada «ta», por el tono con que don Alvaro lo suelta, parece un centón de blasfemia y una letanía de maldiciones. Doña Inés suele acudir entonces, y dice: ¿Por qué chillas tanto, diantre de hombre? Lo que padeces nada vale en comparación de la hiel y vinagre que dieron a Cristo. ¿Piensas que chilló nunca Job en el muladar tanto como chillas ahora? ¡Sufre y ganarás el cielo!

Se echó a sus pies, besándola las manos y ocultando su cabeza rubia en el regazo de la señora. Y sin darla tiempo a poder hablar, de temor, sin duda, a que renovara la letanía de las recriminaciones, contó sus percances de Bolsa...

A las pocas frases de la letanía, los jornaleros, aburridos de la ceremonia, con el cirio hacia abajo, contestaban automáticamente, imitando unas veces el ruido del trueno y otras un chillido de vieja, que hacía a muchos de ellos llevarse el sombrero a la cara. ¡Sancte Jacobe! cantaba el sacerdote.

Cabesang Andang continuaba con su letanía de filipinos humildes y pacienciosos como ella decía é iba á citar otros que por no serlo se veían desterrados y perseguidos, cuando Plácido, con un pretesto insignificante, dejó la casa y se puso á vagar por las calles.

Pero el molimiento del cuerpo le hacía apetecer las gruesas y frescas sábanas, y omitió la letanía, los actos de fe y algún padrenuestro. Desnudóse honestamente, colocando la ropa en una silla a medida que se la quitaba, y apagó el velón antes de echarse.