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Se acercó lenta y majestuosamente a él, le puso la mano en el hombro e inclinándose para acercar la boca a su oído le dijo en voz baja: Hace usted bien en no avergonzarse de nada de eso, porque yo, señor conde, le quiero a usted tanto por lo menos como usted a . Quiso volverse loco.

Su voz era lenta, con largos titubeos; notábase cierta incoherencia en sus palabras; se adivinaban sus esfuerzos para ordenar las frases y encauzar el pensamiento.

Pero el ave se le escapó de entre las manos, y tendió el vuelo hacia el Occidente. Yo quedé extasiado, viendo al pájaro alejarse por los aires, lenta y majestuosamente, hasta convertirse en minúsculo punto de luz, hasta perderse en lontananza como si se hundiera con el sol en el horizonte.

Ni menos se concibe cómo Cortés, Pizarro y Jiménez de Quesada, cada uno con un puñado de aventureros, penetraron hasta el corazón de las más incógnitas regiones, derribando y apoderándose de Imperios populosos y ricos. Hoy, por el contrario, los medios que se emplean son enormes; la acción, desmayada y lenta; los resultados, mezquinos.

Tenía miedo a la soledad. Antes que pasar solo el resto de la tarde, prefería la conversación lenta y monótona de las gentes simples, una conversación refrescante, como él decía, que no le obligaba a reflexionar y dejaba su pensamiento en dulce calma animal.

Le mostró la entrada de la Comisaría, una puertecita algo más abajo del gran portalón de la Facultad. Allí, a las cuatro. Y se fue sonriente, sin que el dolor de su camarada arañase el caparazón de indiferencia con que parecían acorazarle las desdichas humanas. Por la tarde abandonó Feli su casa. Fue una marcha lenta, que hizo sufrir mucho a Maltrana.

Recibir cada día noticias de batallas sangrientas, en que se quedaba tendida la flor de la nobleza española, y decir á cada noticia, recibida en carta de mi padre: ¡De esta ha salido salvo!... pero ¡y de la siguiente! Esto es horrible, es una carcoma lenta que mata, ó la mujer que no muera en tal situación, no merece ser amada.

Procedió con lenta gravedad á lo más delicado de su ministerio: cargar las pistolas. Los dos capitanes siguieron con mirada curiosa esta operación desconocida por ellos, á pesar de que se imaginaban haber visto tanto.

Ven, querida niña, dijo Ester animándola y extendiendo los brazos hacia ella. Ven: ¡qué lenta eres! ¿Cuándo, antes de ahora, te has mostrado tan floja? Aquí está un amigo mío que también quiere ser tu amigo. En adelante tendrás dos veces tanto amor como el que tu madre sola puede darte. Salta sobre el arroyuelo y ven hacia nosotros. puedes saltar como un corzo.

Su marido, hábil artista aún, carecía completamente de carácter para hacer una fortuna. Por lo cual, mientras el joyero trabajaba doblado sobre sus pinzas, ella, de codos, sostenía sobre su marido una lenta y pesada mirada, para arrancarse luego bruscamente y seguir con la vista tras los vidrios al transeunte de posición que podía haber sido su marido.