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Actualizado: 19 de julio de 2025


Solo con el auxilio de un sirviente, y asiéndose del pasamanos de hierro, podía subir lenta y dolorosamente las escaleras de la Aduana; y luego, arrastrándose con harto trabajo, llegar á su asiento de costumbre junto á la chimenea.

Don Melchor dejó el brazo de su sobrino que tenía cogido, y se llevó la mano a la frente. Estuvo un rato largo sin hablar. Al cabo dijo con palabra lenta y acento melancólico: Bien está... Yo nada puedo hacer para evitar esa vergüenza... ¡porque es una vergüenza! añadió con energía. Eres mayor de edad, y aunque no lo fueses, en estos asuntos no intenvendría jamás. ¿Se enfada usted?

Todas las puertas de las habitaciones inmediatas se resistieron á su mano. Silencio absoluto, como si la casa estuviese deshabitada. Pero este silencio fué interrumpido por una voz que descendía escalera abajo: una voz tenue, entonando una canción en inglés, lenta y triste.

El perro vaciló un instante, dejó de ladrar y mostró bastante claramente la resolución de volverse otra vez a dormir como si no hubiera pasado nada; pero la vieja no se dio por satisfecha; exigía un acto de sumisión. ¡Aquí, Cuco! ¡Aquí, ahora mismo! El Cuco bajó la cabeza humildemente y emprendió hacia ella una marcha lenta, penosísima, como si el camino estuviera erizado de peligros.

Después de tantísimos años de probidad comercial, de prosperidad lenta pero segura, no puedo conformarme con esta vida de agitación y sobresalto que noto en torno mío, ni menos ver con tranquilidad una ganancia inmoral y estrepitosa. Pero ¿por qué se ha de molestar usted tanto? dijo el joven con tono conciliador . Lo mejor es que deje correr las cosas.

Era el banquete de adiós a los viajeros: una comida igual a todas, pero con un discurso del comandante y otro del «doktor», que en nombre de los alemanes y extranjeros agradeció, con lenta fraseología semejante a un crujido de maderas, las grandes bondades que aquél había tenido con el pasaje.

Pero una vez resuelto a alejarse se había quedado, aplazando la partida para saborear la perfumada dulzura de la última contemplación, y, por fin, un día, pudo hablarla. Ya podía oír su voz, una voz reposada, que era armonía lenta, música velada, eco de una alma profunda. ¡Qué sutil virtud había en sus palabras!

Lo mismo en el infinito del horizonte que en un círculo más reducido, todo revestía una especie de aspecto alegre que adornaba de poesía a aquella fiesta melancólica de los muertos. En el camino, atestado de hojas amarillas, desarrollaba sus largos anillos la procesión lenta y recogida.

El catedrático suplía dulcemente la autoridad del marido viajero: él se había encargado de representar al jefe de la familia en todos los asuntos exteriores... Muchas veces le esperaba con impaciencia la esposa de Ferragut para pedirle un consejo urgente, y él emitía su opinión con voz lenta, después de largas reflexiones.

Temíamos el autor y yo que pareciese esta novela conjunto de reminiscencias algo pálidas o de adivinaciones remotas, y que la ausencia del modelo vivo le quitase frescura y animación. Temíamos que pareciese lenta y perezosa en los primeros capítulos, y un tanto atropellada hacia el final.

Palabra del Dia

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