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Aresti estaba pensativo y parecía no oírle. El otro día dijo con lentitud, como si reconcentrase su memoria leí un drama en francés y me acordó de . Era La Intrusa de Mæterlinck, ¿Conoces eso?... El millonario movió la cabeza: él no tenía tiempo para la literatura.

Preguntándoles que cosa habia comprendido de aquella carta, dijo, que se pedian en ella pasas, garbanzos, habas y otras legumbres para sustento de los capitanes de los enemigos, cuyos nombres, puestos en la carta, yo mismo leí.

Pero dele vuelta me respondió, siempre con los brazos levantados... Me levanté, y con la punta de los dedos, volví el libro para leer el título. Lea me dijo. Leí; Monsieur, Madame et Bebé. ¿Conoce? me preguntó, con una muequita llena de coquetería. ¡Oh! , es un poco antiguo ya le dije.

Repentinamente, no qué impulso hizo fijar mi vista en una pequeña placa de metal sobre la puerta de una sucia habitación. Leí el letrero: "Dr. Idiáquez, homeópata", y casi sin pensar en lo que hacía, penetré en la casa y subí la destartalada escalera. El Dr. Idiáquez era un hombre vulgar y demacrado, y su consultorio una guardilla sucia y miserable.

Eso... ¡Ay, me puse mala cuando leí esa obra, de la gran impresión que me produjo! Se identificaba usted con los personajes, y vivía la vida de ellos. Exactamente. Lo mismo me ha pasado con María o la hija de un jornalero...».

Entonces dicen que Eleázaro, cuya dignidad era tener la presidencia de la sinagoga i gente española en Sion, escribió á los de Toledo, dándoles noticia de cómo habia muerto Jesus por las maquinaciones de Anás i Caifás, i como venia á predicar la lei de Gracia en España un varon santo llamado Jacobo, hijo del Zebedeo.

Los árabes conquistadores de España, obligados á lo mucho que fueron favorecidos por los judíos en la empresa de reducir á estas tierras, luego que las redujeron á su obediencia, i que comenzaron á coger los frutos de la paz, teniendo por sola contradiccion las pequeñas reliquias de los godos encerradas en un rincon de la Península, dejaron á los hebreos con entera libertad para vivir segun la lei de Moisés: los cuales echaron los cimientos de muchas sinagogas en las mas i mejores ciudades.

Esto de tener buena sombra fue mi única ambición desde entonces, y me esforcé con ahínco en alcanzar la ventura de poseerla. Pero mis chistes y equívocos, preparados con anticipación en la soledad de mi cuarto, no tenían éxito feliz en el Oriental. Ni una comedia que también forjé y les leí, reuniéndolos al efecto en casa y regalándolos con cigarros y copas de manzanilla, logró su aprobación.

»Una vez leí que el amor no es uno solo, y me pareció que el escritor mentía o se equivocaba, pues yo creía que no hubiese más que un modo de amar. No: el escritor tenía razón. El efecto de entonces no se parece al tumulto de hoy: Luis, que tenía más experiencia que yo, lo sabía y no se contentaba con lo que yo le daba. Dudaba de mi amor porque no lo veía impetuoso y vehemente.

Pude darme cuenta, por algunas que leí, de cuán enormes habían sido los beneficios que había obtenido de ciertas negociaciones verificadas en Sud Africa, mientras en otras se hacían alusiones a asuntos que para eran sumamente enigmáticos. La ansiosa actitud de Mabel era la de una persona que busca un documento que cree que allí está.