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Actualizado: 22 de mayo de 2025


Tenía igualmente derecho á «vivir su vida» al lado de un hombre que supiese embellecérsela con arreglo á sus altos merecimientos. Así fué soltando trozos de sus lecturas novelescas, y aunque la marquesa parecía tan enterada como él de tales argumentos, acabó por conmoverse y ablandarse bajo su elocuencia amorosa.

¿Por qué llamarían a esto el «Mar Tenebroso»? dijo Maltrana, que no podía permanecer callado largo tiempo. Estas palabras despertaron en los dos el recuerdo de antiguas lecturas. Ojeda pensó en su drama poético de los conquistadores cuya preparación le había obligado a estudiar la epopeya de los navegantes que descubrieron las tierras vírgenes.

Conducido por aquellas lecturas, Ramiro se propuso recorrer las tres vías espirituales descritas en los tratados, y lograr al fin la posesión de esa gloria máxima que había buscado hasta ahora por engañosos caminos.

Paco Vegallana acudía entonces con el testimonio de las lecturas técnico-escandalosas. Describía todas las aberraciones de la lubricidad femenil en lo antiguo, en la Edad-media y en los tiempos modernos.

A propósito de esto, se le acusa de "materialista", de haber formado opinión en lecturas extremadamente de esa índole las "únicas" fuentes de su cultura, dice un crítico con criterio viejo, atrasado, y que vio a través de este prisma el problema religioso.

Tristán, que no era aficionado a esta clase de lecturas domésticas, rehusó bruscamente la invitación. Sin embargo, la condesa de Peñarrubia con un gesto melodramático le pidió permiso para recitar ella misma una de sus mejores composiciones, El golpe de viento, que sabía de memoria. Tristán se lo otorgó con galantería. La condesa obtuvo un triunfo ruidosísimo. Hubo necesidad de repetir.

Empeñada en dar a sus relaciones un carácter cada vez más serio y elevado, la digna joven habíale pedido a Jacobo que le trazase un plan de estudios y lecturas. Decía que aquello era para que él no se aburriese demasiado a su lado.

Todas las lecturas antiguas sobre España, todos los prejuicios y errores tradicionales reaparecían de golpe con sólo un paseo de dos horas por una isla de África. El «doktor» alemán que pedía una corrida de toros a las siete de la mañana, alardeaba de sus conocimientos hispánicos llamando «cuadrilleros» a todos los que había encontrado en tierra vistiendo uniforme militar.

La piedad huía de repente, y la dominaba una pereza invencible de buscar el remedio para aquella sequedad del alma en la oración o en las lecturas piadosas. Ya meditaba pocas veces. Si se paraba a evocar pensamientos religiosos, a contemplar abstracciones sagradas, en vez de Dios se le presentaba Mesía.

Pero en las horas de descanso procuraba yo ilustrar mi pobre espíritu con útiles lecturas que me proporcionaba encargando libros o adquiriéndolos de los viajeros que solían pasar, y que, mirando mi afición, me regalaban algunos que traían por casualidad.

Palabra del Dia

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