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Actualizado: 22 de mayo de 2025


En las horas que le dejaban libre los afanes y cuidados de la casa y aun de la administración de la hacienda, de la que suavemente había despojado a su marido por no considerarle capaz, doña Inés solía ocuparse en lecturas que adornaban y levantaban su espíritu. Rara vez perdía su tiempo en leer novelas, condenándolas por insípidas o inmorales y libidinosas.

Entre semejantes lecturas y el roce de tales parroquianos, Cristeta fue cobrando desmesurada afición al teatro.

Desde la restauración de su legalidad doméstica había abandonalo por completo las lecturas filosóficas, reverdeciendo en su alma el mal curado dolor de su afrenta y los odios vengativos.

Los tres dias que pasamos en Zuric no fueron perdidos, pues durante ellos aprendimos mucho mas que con un año de lecturas.

Mi marido es bueno, aunque nunca ha sabido comprenderme. ¡Pero de eso á huir con otro hombre, dando un escándalo!... Apeló el oficinista á todas las frases almacenadas en su memoria, como residuo de sus lecturas. ¿Qué importaba el matrimonio, ni tampoco lo que pudiera decir la gente?... Ella tenía derecho á conocer el verdadero amor, tomándolo allí donde lo encontrase.

Y si alguna vez Castelhum llega a San Ignacio y visita a míster Hall, admirará sinceramente los muebles del citado contador, hechos de palo rosa. Tengo en el Salto Oriental dos primos, hoy hombres ya, que a sus doce años, y en consecuencia de profundas lecturas de Julio Verne, dieron en la rica empresa de abandonar su casa para ir a vivir al monte. Este queda a dos leguas de la ciudad.

La reprendía, le explicaba con escolásticos giros y frases nada comunes, y, por último, la llamaba ignorante y hereje, causándole gran turbación y susto. De repente interrumpe sus lecturas y sus reprimendas, y exclama: ¡Ah! se me olvidaba una parte de mi rezo. Ya se ve, me he distraído con los errores de usted, hija.

Y como las circunvoluciones de mi cerebro no me habilitaban para componer odas a la manera de tantos otros que, a mi lado, se desquitaban así del tedio que la profesión les producía; como mi escaso sueldo, apenas suficiente para pagar la casa y el tabaco, no me permitía ningún vicio, había tomado el hábito discreto de comprar en la feria de Sadra libros antiguos desencuadernados, y por la noche, en mi cuarto, me entretenía con esas curiosas lecturas.

Vivía en el mundo ideal de sus lecturas, rozándose con mujeres elegantes, perfumadas, espirituales, de cierto arte en el refinamiento de sus vicios. Las hortelanas tostadas por el sol que enloquecían a su padre como brutal afrodisíaco, causábanle la misma repugnancia que si fuesen mujeres de otra raza; seres de una casta inferior.

Con seguridad iba a descubrir mi secreto, y no iba a poder continuar mis lecturas queridas. Inmediatamente corrí a buscar otras novelas más, que llevé a mi cuarto y las reemplacé en los estantes con libros tomados al azar; pero a pesar de mis precauciones, tenía, por cierto, que el cuadro de papel con que había substituido al vidrio roto, era un indicio acusador.

Palabra del Dia

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