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Felipe de Auvray lanzó un grito agudo, desgarrador, indefinible, y sin saludar, sin despedirse de nadie, huyó de aquella casa como un loco, y un momento después el simón llevaba al desesperado mozo camino de París. El desdichado Felipe había llegado, como siempre, con media hora de retraso. Era el día 1.º de agosto.

Con la audacia de su primera juventud, cuando navegaba por los mares infinitos de tierra del nuevo mundo guiando tropas de reses, se lanzó fuera de su parque.

De pronto, Gillespie, que escuchaba ceñudo las palabras del profesor, lanzó una ruidosa carcajada. Fué el relato del discurso de Gurdilo en el Senado lo que le hizo pasar sin transición de la cólera á la hilaridad.

La joven geología luchando contra su hermana mayor la astronomía, reina orgullosa de las ciencias, lanzó un grito titánico. «Nuestras montañas, dijo, no han sido lanzadas á la ventura, como las estrellas en el firmamento, sino que forman sistemas do se encuentran los elementos de una ordenación general, no ofreciendo de ello ningún vestigio las constelaciones celestesFrase tan atrevida y apasionada escapóse de los labios de un hombre cuya modestia iguala á su saber, M. Elías de Beaumont.

A las tres y media Federico se alzó sobre sus estribos y lanzó una exclamación. Al través de rasgadas nubes brillaban las estrellas, y frente a él, más allá de la llanura, se alzaban dos agujas, dos astas de banderas y una silueta de objetos negros escalonados. Federico sacudió sus espuelas y blandió su riata.

El padrastrillo me vió entonces y se lanzó sobre . ¡Yo no hice nada! grité. ¡Espérate! rugió mi tío, corriendo tras de alrededor de la mesa. ¡Alfonso, déjalo! ¡Después te lo dejaré! ¡Yo no quiero que me toque! ¡Vamos, Alfonso! ¡Pareces una criatura! Esto era lo último que se podía decir al padrastrillo.

Intentó el príncipe cerrarla el paso cruzando su caballo en el camino, y ella lanzó el suyo contra el de Miguel con un impulso que hizo doblar las patas delanteras de las dos bestias. Toledo, que iba detrás, vió que mediaban entre ambos miradas iracundas acompañadas de duras palabras. Alicia levantó su latiguillo, golpeando al príncipe en un hombro. ¡A !... ¡A !

El pinche se paró de golpe en la acera, abrió tamaños ojos, miró a las dos hermanas con aire de asombro y les lanzó valientemente al rostro esta simple palabra: ¡Cáspita!

Dorotea hizo aún un nuevo esfuerzo, aún tuvo una sonrisa para don Juan; luego lanzó algunos gritos agudos, horribles; se retorció de una manera violenta, hasta el punto de desasirse de los brazos de don Juan; dió dos pasos desatentados, y cayó desplomada. Don Juan corrió á ella, la volvió, miró su semblante y dió un grito de horror.

De repente, el buen hombre lanzó un grito, levantó los brazos al aire y dejando caer de golpe el rastrillo, dijo con voz alterada: ¡Ah Dios mío! ¡Acaban de atropellar á un hombre!... La señorita Guichard y el jardinero llegaron al mismo tiempo á la puerta del jardín.