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Actualizado: 25 de noviembre de 2025


Y algunas se lanzaban a recordar heridas sufridas por individuos de su familia, accidentes de la vida en la Pampa, con cuyo relato se iban olvidando del héroe. No pasee, señor; ande lo menos posible. Es un consejo de la experiencia.

Desde el pie de la torre hasta una distancia de cincuenta varas se veía una masa confusa de cuerpos destrozados, de heridos que lanzaban pavorosos gritos, muchos de ellos envueltos por las llamas que consumían sus harapos.

Una vez eran dos atletas del Parlamento, que del uno al otro lado del salón se lanzaban mutuamente los dardos más agudos y los dicterios más envenenados: partido sin pudor, grupo faccioso, hombre funesto, pandilla hambrienta...

Rara vez estaba el salón abierto, pero, si llegaba a estarlo, por accidente, la figura de don Pablo Aquiles divisábase la primera, surgiendo de entre el rimero de libros y papelotes, y aunque él no fuera curioso, fácil le era ver quién entraba y quién salía del despacho de S. E.; así, Esteven, no atravesaba el coquetón saloncito, sin echar hacia la derecha una mirada de desconfianza, que en alguna ocasión fué a chocar con la rencorosa que le lanzaban los ojos del viejo Vargas.

Frente á él, aún lanzaban sus últimas maldiciones algunos de las minas. ¿Qué dice usted de esto, doctor? preguntaron á Aresti con desesperación. Y el médico sonrió, levantando los hombros.

Algunas matronas se erguían dignas y austeras, volviendo los ojos por no verles, pero al llegar a la otra banda del paseo lanzaban la noticia, una gran noticia para la gente ansiosa de novedades. ¿No saben ustedes?... Nélida, esa loca, ha abandonado a su escolta y está con el doctor español, el amigo de Maltranita. ¡Pobre hombre!

No dejaban de notar esto las muchachas que le lanzaban al pasar miradas ardientes; y más de un confuso rubor, más de un apretón de manos expresivo, le decían: «Yo te amaría fácilmente». Juan no se cuidaba de esas cosas.

La Iglesia paga a sus servidores como en la época de la fe: cree que aún está en los tiempos en que los pueblos enteros se lanzaban al trabajo con la esperanza de ganar el cielo y levantaban catedrales sin más recompensa positiva que el caldero de rancho y las bendiciones del obispo.

«Las personas que estuvieron presentes decían, y dicen todavía, que no comprendían cómo no había oído los gritos que todas ellas lanzaban, ni visto sus ademanes desesperados. Uno de esos vértigos que sufría en el último año, sería la explicación de lo sucedido, si yo no supiera... »Lo embargaba una mortal tristeza.

Los curiosos ya no reían de la grotesca revolución de los hombres. Lanzaban los periódicos edición tras edición para contar la historia de este suceso, el más inaudito é inesperado desde que las mujeres constituyeron los Estados Unidos de la Felicidad.

Palabra del Dia

machacado

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