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La luz macilenta que había podido filtrar el día a través de estos cortinajes lóbregos acababa de extinguirse con la llegada de la noche. El buque aparecía iluminado desde las cubiertas bajas a los topes. Sus costados estaban agujereados como negros panales por los ojos ígneos de los tragaluces. Los reverberos de las cubiertas daban a la niebla invasora un temblor irisado.

Allí mejor que en los lujosos templos del paganismo, manchados con los mas vergonzosos é impuros misterios, hallaba cómoda acogida la muchedumbre cristiana; no en los lóbregos aunque magníficos receptáculos de los antiguos dioses, donde, segun la feliz espresion de un escritor moderno, podia desaparecer el ídolo con el humo de un solo grano de incienso.

Así como en la noche los lóbregos e inmóviles pantanos respiran niebla blanca y fantasmal, así nuestra interior laguna Estigia deja en libertad sus vaporosos espectros a las horas en que la tiniebla del sueño satura nuestro espíritu. Pero, en ocasiones, las criaturas incorpóreas del más allá de la memoria se alzan a la luz del día.

»Para ellos claustros lóbregos y silenciosos, para nosotros las cristalinas fuentes y verdes arrayanes de los jardines; para ellos la vida triste y recelosa del castillo, llena de privaciones; para nosotros la existencia risueña y tranquila de la academia; para ellos la intolerante y suspicaz tiranía; para nosotros la monarquía clemente y paternal; para ellos la ignorancia popular; para nosotros la instruccion, pública y gratuita; para ellos los yermos, el celibato, el sacrificio, el martirio voluntario; para nosotros los campos fértiles, el amor, la fraternidad, la bienandanza, las comodidades y deleites; para ellos los penosos preceptos de la Iglesia, las enconadas disputas de los concilios; para nosotros los fáciles mandatos de la Sunnah y los entretenidos certámenes de los sabios y poetas.

Son hermosísimos, como producto de varias civilizaciones, pero tristones, desesperados, lóbregos, reveladores del alma de un pueblo enfermo, que no halla mejor diversión que ver derramar sangre humana y patalear jacos moribundos en el redondel de un circo. ¡La alegría española! ¡El regocijo andaluz...! Deje usted que me ría.

Las cárceles del castillo de Triana estaban repletas de infelices presos que aguardaban la muerte más ó menos próxima, siendo muchas también las mujeres que allí gemían en los lóbregos calabozos, y las cuales, sin consideración alguna y contra todo sentimiento de humanidad, eran tratadas cruelmente por los negros carceleros.

Jesús había muerto: por él las mujeres se vestían de negro y los hombres se disfrazaban con túnicas puntiagudas que les daban aspecto de extraños insectos; los cobres lo proclamaban con sus quejidos teatrales; los templos lo decían con su obscuro silencio y los velos lóbregos de sus puertas... Y el río seguía suspirando con idílico susurro, como si invitase a sentarse en sus orillas a las parejas solitarias; y las palmeras mecían sus capiteles sobre las almenas con un vaivén de indiferencia; y los naranjos exhalaban su perfume de tentación, como si sólo reconociesen la majestad del amor, que crea la vida y la deleita; y la luna sonreía impávida; y la torre, azulada por la noche, perdíase en el misterio de las alturas, pensando tal vez, con la simpleza de alma de las cosas inanimadas, que las ideas de los hombres cambian con los siglos, y los que a ella la sacaron de la nada creían en otras cosas.

Entre otros que decidieron vender cara su vida en vez de esperar á que inicuamente se la quitaran, despojándolos de sus haciendas y encerrándolos en lóbregos calabozos, Arismendi se refugió en los montes decidido á rendir la suya, pero con las armas en la mano.