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Actualizado: 21 de mayo de 2025


No exageraba el poeta, porque realmente á la luz de las lámparas y candelabros, velada por la neblina de los aromas, debia parecer aquella rica techumbre lo que en enérgico lenguaje vulgar llamamos una ascua de oro.

7 Y aun cerraron las puertas del pórtico, y apagaron las lámparas; no quemaron incienso, ni sacrificaron holocausto en el santuario al Dios de Israel. 8 Por tanto la ira del SE

Aquellas preciosas cabezas de angelitos, que ceñían las arañas; aquellas ventanas, cuyas vidrieras habían desaparecido y que dejaban entrada libre a los mochuelos y otros pájaros, cuyos nidos afeaban las bien talladas y doradas cornisas y que convertían en inmunda sentina el rico pavimento de mármol; aquellos esqueletos de altares despojados de todos sus adornos; aquellos grandes y hermosos ángeles que parecían salir de las pilastras; que habían tenido en sus manos lámparas de plata siempre encendidas y extendían aún sus brazos, mirando aquellas con dolor vacías.

De pronto experimenté el deseo de cambiar de sitio. ¿Por qué? No hubiera sido capaz de decirlo. Me parecía, tan sólo, que la luz de las lámparas me incomodaba y que en otro lugar me encontraría mejor.

El obispo D. Pedro de Salazar, sobrino del célebre cardenal del mismo nombre y continuador de su rica capilla de Sta. Teresa, agrandó la capilla de S. Lorenzo y puso en ella altar á S. Pedro dotándole con lámparas de plata, vasos, alhajas y ornamentos, y una sacristanía con su competente cóngrua.

Los desgraciados murciélagos, que nos parecen topos o ratones voladores, son aborrecidos y perseguidos cruelmente en todas partes sin motivo alguno, no más que por superstición estúpida. Se les cree espíritus de las tinieblas, se dice que de noche se beben el aceite de las lámparas, y se cuentan otras mil patrañas sobre ellos.

Una pieza cuadrada, muy grande, con los muros, el techo, el piso, todo de un blancor de nácar. No habla allí muebles ni puertas, ni personas, ni el más leve objeto, mancha o sombra. Me sentí deslumbrado, pues aunque no se veían lámparas, focos ni bujías, estaba iluminadísima, estaba enteramente iluminada a giorno.

Dan, sin embargo, cierto pavor esos cuadros negros, alumbrados por esas lámparas á medio morir. La falta de costumbre. Indudablemente. Los benditos padres no se encontrarían muy bien en un campo de batalla, como yo me encuentro aquí muy mal; corre un viento que afeita, y se hace sentir aquí mucho más que en el campo.

En este último pueblo descansamos un par de días, al cabo de los cuales volvimos á pisar la casa Real de Tayabas. Costumbres. Aprobación de actas. Un Gobernadorcillo electo paseando por Manila. El sastre municipal. Los faldones del frac, el sombrero de copa, la camisa de chorreras y el bastón. Vajilla, lámparas y rancho. Diez varas de glasé y diez de gró. Los caballeros utraques.

Además, teníamos el cargo de cortar el tocino para el rancho del día, sacar el carbón para el cocinero, las provisiones de la despensa, el pan, el aceite para guisar y para las lámparas y el agua. Los cinco vascos nos conocíamos unos a otros como si fuéramos hermanos.

Palabra del Dia

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