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Actualizado: 25 de mayo de 2025


La familia sintió miedo al contemplar el voluminoso documento. ¿Qué disposiciones terribles habría dictado Madariaga? La lectura de la primera parte tranquilizó á Karl y Elena.

Había salido de sus entrañas, pero era también el hijo de su marido. Fernando creyó adivinar los pensamientos de la madre en la fijeza con que miraba la cabeza voluminosa de Karl. El niño tenía un aspecto demasiado grave para sus pocos años, un aire de vejez prematura.

Era accionista de fábricas de armamento enormes como pueblos, de Compañías de navegación que lanzaban un navío cada medio año. El emperador se interesaba en estas obras, mirando con benevolencia á los que deseaban ayudarle. Además, Karl compraba tierras.

Mina acariciaba la nuca de su hijo, y éste acogía la amorosa protección con un runruneo sordo, lo mismo que una bestezuela doméstica que siente disiparse su pavor. Pero el pensamiento de la madre estaba cada vez más lejos de Karl. Todo él era para Ojeda, que la devolvía a su pasado.

Fué la guerra, una guerra doméstica, lo que estalló en el idílico escenario de la estancia. «Patroncito, corra, que el patrón viejo ha pelado cuchillo y quiere matar al alemán.» Y Desnoyers había corrido fuera de su escritorio, avisado por las voces de un peón. Madariaga perseguía cuchillo en mano á Karl, atropellando á todos los que intentaban cerrarle el paso.

El capitán Ferragut era para ella una especie de demonio invulnerable y victorioso, que escapaba á todos los peligros, matando á los servidores de la buena causa. Primeramente, Von Kramer; ahora, Karl... Como le era necesario desahogar en alguien su cólera, había hecho responsable á Freya de todas las desgracias. Por ella conocía al capitán y lo había mezclado en los asuntos del «servicio».

A él lo había aceptado como yerno porque era de su gusto, modesto, honrado y... serio. ¡Pero ese pedigrée cantor, con todas sus soberbias!... ¡Un hombre que él había sacado... no quería decir de dónde! Y el francés, tan enterado como él de sus primeras relaciones con Karl, fingió no entenderle. Como el alemán había huído, el estanciero acabó por dejarse empujar hasta su casa.

En la casa de Berlín, la servidumbre iba de calzón corto y peluca blanca en noches de gran comida. Karl había comprado un castillo viejo, con torreones puntiagudos, fantasmas en los subterráneos y varias leyendas de asesinatos, asaltos y violaciones, que amenizaban su historia de un modo interesante.

Así pasaron la mañana, fantaseando sobre el porvenir, sin poder cambiar otras caricias que algunos apretones de manos por encima de Karl, hundido entre las rodillas de su madre. El niño sólo abandonó su enfurruñamiento al hablarle Mina en alemán de la fiesta de la tarde. Comenzaban los Olympishe Spiele con que chicos y grandes iban a celebrar durante cuatro días el paso de la línea.

Había sido de una virtud inconmovible, hasta en el campo, donde las personas, rodeadas de bestias y enriqueciéndose con su procreación, parecen contaminarse de la amoralidad de los rebaños. ¡Ella que se acordaba tanto de su padre!... Su misma hermana debía vivir menos tranquila con el vanidoso Karl, capaz de ser infiel sin deseo alguno, sólo por imitar los gestos de los poderosos.

Palabra del Dia

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