United States or Cayman Islands ? Vote for the TOP Country of the Week !


Bastan las anteriores citas para que nuestros lectores juzguen de la consideración que tuvieron nuestros antepasados á los infelíces á quienes la fuerza bruta de las armas sumió en las desventuras de la esclavitud.

Pomerantzev, indignado al oír tales acusaciones, retrocedió unos cuantos pasos, tendió solemnemente la mano derecha y dijo con voz grave: ¡Señor Petrov, es usted un monstruo! No volveré nunca a darle a usted la mano. Voy a pedir a nuestros compañeros que juzguen su conducta innoble. Y, en efecto, dio al punto principio a la organización de un tribunal. Pero la tentativa fracasó.

En el paseo de Hyde-Park, no puede entrar en carruaje mas que la aristocracia; los coches de alquiler, siquiera conduzcan al hombre mas virtuoso é ilustre del mundo, no tienen entrada en el paseo ... juzguen esto los que declaman tan alto en loor de esa nacion....

El Sr. Danvila escribe sobre una de las épocas en que es más difícil para el historiador la imparcialidad previa, o sea escribir para contar y no para probar. La primera alabanza que debemos dar al Sr. Danvila, es porque consigue sobreponerse a todo prejuicio y retratar a los personajes, y narrar sus actos tales como fueron, dejando a los lectores que juzguen, califiquen y fallen.

No es malo, porque el artista que se engríe se amanera: precisa estar descontento siempre de lo que se hace para progresar. Pero no basta que te juzgues: es necesario que te juzguen los demás, y no sólo los amigos, sino el público, o por mejor decir, los hombres de gusto que hay dentro de él.

Los hombres, por mucho que se examinen y estudien, por bien que escudriñen hasta los más escondidos senos de su conciencia, por severamente que se juzguen, y por muy alerta que estén, suelen con frecuencia concebir algún plan o proyecto, el cual les deleita y seduce, envolviéndose en tan mágica niebla, que logra ocultarse o velarse y disfrazarse al juicio, cuando éste interroga para fallar y condenar acaso, quedando patente y como desnudo a los ávidos ojos de la pasión que le ha creado.

»Buscamos un refugio en Inglaterra; habiendo llegado sin recomendación alguna, no teníamos conocimiento en el país, y carecíamos de recursos; nuestros bienes confiscados nos privaban de toda esperanza; juzguen ustedes, pues, de mi situación, cuando nos pidieron el precio de nuestro alojamiento, que las pocas alhajas que me quedaban no bastaban para pagar... Ibamos a ser despedidos vergonzosamente; estábamos próximos a encontrarnos sin pan, sin asilo... cuando llegó para el conde de Pópoli un paquete de Londres y una letra, por la cual un antiguo deudor del duque de Arcos enviaba a la sobrina de éste diez mil libras esterlinas que le debía hacía mucho tiempo.

Los mozos me habían conducido a la mejor fonda, a la de Las Armas de España; y al entrar en el lujoso aposento que se me destinó, el primer objeto con que tropezó mi vista fue un retrato ricamente adornado. Juzguen ustedes de mi sorpresa: el retrato era de la desconocida viajera, de la compañera de Carlos, cuyo recuerdo y cuyas facciones parecían seguirme por todas partes.

Jacobo... ¡Jamás! ¡Jamás! ¡Prefiero entregarme, que me prendan, que me juzguen, que me maten! Cometer semejante infamia... ¡No! ¡No! Una infamia semejante á la suya... No hará usted más que corresponder, sencillamente... ¡Cuántos escrúpulos, cuando él ha tenido tan pocos! ¡

El asunto es muy diferente. «La ilegalidad no era necesaria; y ademas, aun cuando lo fuese, la ley es ántes que todo. ¿Adónde vamos á parar, si se concede á los gobiernos la facultad de quebrantarla, cuando lo juzguen necesario? Esto equivale á autorizar el despotismo; ningun gobernante infringe las leyes, sin decir que la infraccion está justificada por necesidad urgente é indeclinable