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Una lluvia de infamantes latigazos cayó sobre sus espaldas. D. Fruela le había sorprendido, le castigaba y le afrentaba furioso. La jauría de sus podencos y lebreles y sus monteros se acercaban ya. Afrentado el mozo, aunque en edad tan tierna, no reflexionó en el peligro ni en lo desigual de la lucha, y venablo en mano se lanzó contra D. Fruela para matarle.

Fragoso, preocupado con la ruina del rozado y disgustos con el propietario de su tierra, no tenía humor para cazar, ni aún por hambre. Y la situación amenazaba así tornarse muy crítica, cuando una circunstancia fortuita trajo un poco de aliento a la lamentable jauría.

El batallón, reducido a la mitad, formó el cuadro detrás de la aldea de Charmes y subió lentamente por el valle del Sarre, deteniéndose de vez en cuando, como un jabalí herido que hace frente a la jauría, cuando los hombres de Piorette o los de Falsburgo le hostigaban mucho. Así terminó la gran batalla del Falkenstein, conocida en la sierra con el nombre de Batalla de las Peñas.

El indomable teniente paseó largo rato su furor por las calles, animando con vivas interjecciones a sus huestes, lanzándolas en persecución de los rebeldes como un cazador lanza su jauría en persecución de un venado.

De lebreles hablasteis vos, señor barón, y os aseguro que no hay mejor jauría que aquella Guardia en ambos reinos, cuando se trata de correr caza mayor, sobre todo si los dirige un buen montero. Juntos hemos estado en las guerras, señor, pero jamás he visto cuerpo de arqueros más valientes ni más temibles.

»Por San... ¡Qué linda es! ¡qué talle de reina! ¡qué hermosos ojos negros! No hay nada mejor en la corte. »Yo lo daría todo por ella dijo un hombre de pequeña estatura y de bigotes negros. »Y yo también agregó una voz ronca que me causó miedo; todo, excepto mi jauría y mi caballo árabe.

Y se alejó como un jabalí perseguido por la jauría entre silbidos y carcajadas, volviendo de vez en cuando la cabeza para escupirles el mismo esdrújulo injurioso. Las señoritas de Meré. En efecto, Emilita Mateo había logrado hacerse amar de un capitán del batallón de Pontevedra.

Los muchachos, agarrándose a los pingajos de la chaqueta del loco, gritaban: «¡Bastos! ¡Espadas! ¡CopasDe improviso el viejo se volvió, y levantado el cetro que llevaba, con aire digno, aunque irritado, exclamó: ¡Retiraos, raza maldita!... ¡Retiraos..., no me aturdáis más... o suelto contra vosotros mi jauría de dogos!

La villa nacional es el reverso de esta medalla: niños sucios y cubiertos de harapos viven con una jauría de perros; hombres tendidos por el suelo en la más completa inacción; el desaseo y la pobreza por todas partes; una mesita y petacas por todo amueblado; ranchos miserables por habitación, y un aspecto general de barbarie y de incuria los hacen notables.

Las señoras, poderosamente secundadas por los demás hombres, venían por los fueros de la música italiana. ¡No nos maree usted con sus alemanes, Severino! ¡Vaya una música la de esos señores! ¡A me suena lo mismo que una jauría de perros ladrando! Eso no es más que al principio; si usted continuase oyéndola, llegaría a tomarle el gusto: sucede lo mismo que con las aceitunas y la cerveza.