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Actualizado: 14 de mayo de 2025
El señor de Monthélin creyó, pues, que aquella circunstancia debía tener alguna relación secreta con el estado de tristeza en que veía a la señora de Maurescamp. El sobrenombre grotesco con que Jacobo de Lerne había gratificado al señor de Monthélin puede hacer creer al lector que este personaje tenía algo de ridículo, pero nada menos que eso. Era, en efecto, un seductor muy serio y muy peligroso.
Jacobo, aturdido por completo, no le decía nada, intentando en vano adivinar por dónde habían llegado a manos de Elvira aquellas cartas, pruebas irrefragables de uno de los episodios más vergonzosos y comprometedores de su vida.
¡Quisiera creerlo! dijo Sorege con voz sorda. Tiene usted menos sencillez de espírtu ó menos indulgencia que el señor de Tragomer, porque él admite la inocencia de su amigo. El conde inclinó la cabeza con tristeza. Tragomer tiene muchas razones para querer que Jacobo sea inocente; por eso afirma lo que desea... ¿Qué razón es puede tener que usted no tenga?
¡Al fin voy á saber! exclamó Jacobo en una especie de delirio. ¡Te tengo aquí, maldita, y hablarás ¿entiendes? aunque tuviera que arrancarte tu secreto del corazón con las uñas! ¡Oh! no tendré piedad, como tú no la tuviste. No cuentes con ninguna gracia. ¡Vas á decirlo todo ó, por mi honor, que te mato, y esta vez no resucitarás!... Se irguió espantoso y su cara expresó una implacable resolución.
Pero Jacobo, aunque evidentemente impresionado de la extrema belleza de Juana y de su distinguida inteligencia, no había manifestado sino un interés distraído.
No contestó don Jacobo, la dejé en el vado Scott. No llegará hasta dentro de media hora. Dime, ¿qué tal marcha la suerte, Moreno? ¡Pésimamente mal! dijo Moreno con repentina expresión desesperada.
Los señores de Maurescamp y de Lerne, deseaban, a más de eso, que el asunto terminase lo más pronto posible, para evitar la publicidad. En cuanto a la elección de las armas, los testigos del señor de Lerne no estuvieron menos conformes. Jacobo les había confiado bajo el sello del secreto algo muy delicado.
Sabía que me necesitaría usted en un momento dado y debe estar segura de encontrarme. Aquí estoy pronto á defenderla. ¡Dése usted prisa!, exclamé temblando de fiebre. Tenemos tiempo. Son las nueve; los criados no volverán antes de las doce y no entrarán en esta habitación... No. El único que puede venir es Jacobo y ese no vendrá seguramente. Somos, pues, dueños de nuestras acciones.
Y abrió palmo y medio de boca y púsose muy azorado, porque desde aquella noche fatal en que descubrió Jacobo en el Grand Hôtel el secreto de su peluca y de sus dientes mirábale y temíale con ese temeroso recelo que inspira siempre la persona que puede perder nuestra reputación o nuestra fortuna con sólo dar suelta un poquito a la lengua.
Villamelón, con mucha dignidad, replicó al punto: Mira, Curra, en la mesa no discuto... ¿Sabes?... Pero tienes parcialidad por Jacobo y vas a llevarte un chasco muy grande, muy grande... ¿Me entiendes, Curra?... Ese viajito repentino me da mala espina: apuesto a que no va solo.
Palabra del Dia
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