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En el Sur, la herencia fatal para cuyo repudio hemos necesitado medio siglo, fue la teología de Felipe II, con sus aplicaciones temporales, la política de Carlos V y aquel curioso sistema comercial que, dejando inerte el fecundo suelo americano, trajo la decadencia de la España, ese descenso sin ejemplo que puede encerrarse en dos nombres: de Pavía al Trocadero.

Como si el roce de la piel de Isidora fuese un contacto mortífero, se quedó echo una momia. Y mientras ella le quitaba la llave, él, inerte, sin vida, la miraba con espanto, y no podía defenderse, ni sabía detenerla, ni era dueño de ninguna de las energías de su ser, como no fuera de la voz, pues allá casi entre dientes pudo articular tres sílabas y decir: «¡Bribona!...».

Nómbrasele á veces dugongo de los tabernáculos, inerte ídolo que impone, mas apenas sabe defenderse, y pronto desaparecerá entrando en el dominio de la fábula, en el número de esas leyendas reales de las que nos reímos atolondradamente. ¿Quién produjo ese gran cambio, quién crió ese cetáceo terrestre, el dugongo y la morsa, hermana suya?

La tristeza resignada, fatal de la piedra que la gota eterna horada, era la expresión muda del valle y del monte; la naturaleza muerta parecía esperar que el agua disolviera su cuerpo inerte, inútil. La torre de la catedral aparecía a lo lejos, entre la cerrazón, como un mástil sumergido.

Y luego, exaltado, abriendo mucho sus ojos tristes, golpeándose la frente: ¡Ah, mi espíritu, mi espíritu!... ¡Mi vida perdida, mis energías muertas!... ¡Ah, el desconsuelo de sentirse inerte en medio de la vibración universal de las almas! Y se ha hecho un gran silencio. Y en el aire parece que había sollozos y lágrimas. Y han sonado lentas, una a una, las campanadas del Angelus.

Te ruego le dijo que nos dejes solos. El marqués dudó un momento indicándole con la mano a Beatriz tendida e inerte sobre el banco. ¿Me crees capaz le preguntó el pintor de maltratar a una mujer, aun cuando sea tan indigna como ésa?

Al encontrarse en la pacífica casa del Correo, sentada en su estrecha oficina junto al ventanillo ante el cual desfilaban las mismas caras familiares, Liette hubiera podido creer que nunca había salido de allí. La de Raynal, vuelta a caer en su atonía, dormitaba inerte y pasiva recostada en su butaca junto a la ventana abierta.

La mente se pierde y se confunde con lo divino; mas no queda allí aniquilada e inerte; allí entiende aunque es pasiva; pero luego resurge y vuelve al mundo pequeño y grosero en que vive con el cuerpo, corroborada por aquel baño celestial, y capacitada y pronta para la acción, para el bien y para las luchas y victorias que debe empeñar y ganar en esta existencia terrena.

La atroz convicción de que la puerta de la casa de sanidad iba a cerrarse sobre su hija querida, le oprimía el corazón y hacía correr por todo su cuerpo un frío glacial. Después de haber permanecido un rato inmóvil y como inerte, una inspiración brusca y misteriosa la hizo erguirse vivamente con un rayo de alegría en los ojos.

Lo que después pasó se pierde en una especie de densa niebla... Estaba medio muerta cuando Sorege, con un revólver que me habías regalado tiró á boca de jarro tres balazos en la cara de la víctima, ya inerte hacía algunas horas.