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Por fortuna, el médico anunciaba una curación pronta, y con este pronóstico feliz tomaba tales alientos la dama, que su espíritu empezó a reservar un hueco no pequeño para todo lo concerniente al orden de la indumentaria elegante. Los regalitos de Milagros en aquella ocasión triste le llegaban al alma. Y cuenta que no eran bicoca estos obsequios.

Pero doña Inés fue más allá de Cornelia: no se contentó con lucir a sus hijos, sino que se propuso competir con ellos y aun superarlos en indumentaria, y decidió que Juanita también la vistiese. Juanita se prestó a todo con el mejor talante y prodigioso acierto e hizo a doña Inés corsés y varios trajes.

Dios estaba con nosotros... bien claro se veía.... Habíase puesto de nuestra parte.... ¡Oh, bien sabía yo a quién me arrimaba! prosiguió Teodoro, con aquella elocuencia nerviosa, rápida, ardiente, que era tan suya como las melenas negras y la cabeza de león . Para que mi hermano tuviera medicinas fue preciso que yo me quedara sin ropa. No pueden andar juntas la farmacopea y la indumentaria.

Comenzaron con calor los preparativos de indumentaria; las coristas encargaron vestidos riquísimos a París y se retrataron con ellos: los caballeros también fatigaron a los sastres con menudencias impertinentes.

Y ya comenzaba a recitar con labio balbuciente un capítulo de la historia sagrada cuando vino a interrumpirlas Manín. Entró con su eterna chaqueta verde, calzones cortos, su gran calañés mugriento, haciendo temblar el piso con los zapatones claveteados. A esta indumentaria, arcaica ya en la provincia, debía gran parte de su notoriedad y la fama de terrible cazador de osos que había tenido.

No era menos curiosa la indumentaria de esta pillería que sus figuras.

Este último era para ellos el detalle más precioso de su indumentaria. Podrían ir rotos y con las carnes más secretas al aire, pero sin un pañuelo rojo, ¡nunca! Era la señal del partido, el símbolo de los «colorados», así como los otros, los adversarios, llevaban siempre en el cuello un pañuelo blanco.

Su indumentaria, elegante en sus buenos tiempos, estaba rota y sucia, y el cabello, despeluznado y de un rojo subido, formaba un cómico tocado sobre su vivaracha cabecita. A pesar de todo ello, la niña era una monada. Un cierto aire de confianza en mismo que suele caracterizar a los niños que por mucho tiempo se creían abandonados, despuntaba a través de su timidez infantil.

En cambio, yo juzgo conveniente representar El mágico prodigioso con los trajes, edificios y muebles bizantino-orientales que se usaban en Antioquía en los primeros siglos de la era cristiana, y no, como he visto representar en Madrid este drama, con trajes del siglo XVI ó del siglo XVII. Aun en la representación de los sainetes y entremeses pondría yo no menor cuidado en la indumentaria.

El Duque, por su parte, afectando indiferencia absoluta por todas las cosas terrenales y celestiales, se preocupaba muchísimo de los jaquetes, levitas, camisolas, corbatas y, en general, por todo lo referente a la indumentaria. La variedad de prendas con que se presentaba, y lo original y aun estrambótico de algunas de ellas, llamaba poderosamente la atención del pueblo y deslumbraba a Venturita.