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El siglo XVI, más atrevido, creíalos todavía «diablos disfrazados de hombreindignos de ser tocados más que con el arpón. Cada día se hacían más raros, cuando á algunos descreídos pasóles por la imaginación especular con ellos conservándolos y enseñándolos. ¿Nos ha quedado siquiera algún resto, alguna osamenta de ellos?

Ni aun los maridos sabian la prision de sus esposas sino en la hora del auto de fe; i entonces solo podian darse unos á otros el último á Dios con los ojos; porque con las palabras les era vedado por aquellos monstruos de crueldad indignos de ser llamados hombres, cuanto mas sacerdotes: por aquellos monstruos mas feroces que los caribes: por aquellos que no siguiendo á la letra el Evangelio porque no lo entendian, escudados con testos teológicos que interpretaban á su placer, tenian ahogados en los corazones todo sentimiento de humanidad; i eran mas dignos de pertenecer á la clase de las fieras que á la de hombres; i aun estoi por decir que no á todas; porque el leon es animal noble, i en ellos no habia mas que el deseo de beber sangre humana, i la feroz bestialidad de los tigres i de las hienas.

En la Iglesia gótica hubo desgraciadamente sacerdotes indignos, contra cuyos escesos clamaron siempre los santos padres, dignos prelados y sabios cenobitas, lumbreras de la afligida grey de Jesucristo en la tormentosa noche de las guerras é invasiones de aquellos siglos.

Catulo, en su tiempo, en la vida real, hallaba á los hombres indignos del milagro; mas no por eso desterraba el milagro de la poesía: toda la narración que termina con los dos versos que cito, es una larga serie de milagros. En Hannele el Sr.

No se podía suponer que si los señores de Villanera eran «gente bien» se hubiesen ido a otra parte. El hotel de Inglaterra, el de Albión, el Victoria, eran establecimientos de último orden, indignos de hospedar a los señores de Villanera. Dicho esto, el hotelero se acostó, y el intérprete ofreció ir en seguida en busca de informes.

Falta en Parte XXI. Lo tomamos de la Suelta, donde el pasaje se da en esta forma: "porfía, Hermano, por vida mía. Deja..." una hora en Parte XXI. La corrección restablece la medida. 'indignos', Parte XXI. 'fuentes', Parte XXI. Seguimos la Suelta.

Es probable que estos razonamientos hayan parecido totalmente indignos de contestación al señor de Montbreuse, porque se ha contentado con mirarme severamente sin hablarme, al mismo tiempo que dirigía a Eudoxia una mirada de inteligencia en la que me ha parecido descubrir no qué de desprecio y de amargura.

Era una fatalidad implacable que pesaba sobre ella desde que había pisado a Orsdael; tenía que disimular, fingir, mentir siempre, lo mismo a su hija que a sus indignos verdugos. Permaneció un momento inmóvil, absorta en sus sombríos pensamientos. Luego, de golpe, irguió la cabeza.

Había en el palacio de los duques una ancha y lujosa galería, a la cual se abría la puerta de un salón tapizado de rojo, que era el menos frecuentado de la casa, y donde el duque guardaba en enormes armarios los libros que no cabían en las bibliotecas de su despacho o consideraba indignos de vistosa encuadernación y lugar visible, lo cual originaba que en cambio se viesen en descarado sitio novelas de mala muerte con cantos dorados y corona ducal en el lomo.

Dos líneas más allá de éste está otra casta, que nosotros rehusaremos desde luego: el calavera-tramposo, o trapalón, el que hace deudas, el parásito, el que comete a veces picardías, el que empresta para no devolver, el que vive a costa de todo el mundo, etc.; pero éstos no son verdaderamente calaveras; son indignos de este nombre: esos son los que desacreditan el oficio, y por ellos pierden los demás.