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Actualizado: 22 de junio de 2025
¡Pobre coronel!... Hasta entonces había procedido como el sacerdote que se embriaga con sus propias oraciones y en propio incienso, sin pensar á quién los dedica. Había preparado este acto con el fervor ciego de un profesional que reanuda sus funciones después de varios años de inacción, y sólo piensa en ellas, no acordándose del que se las encarga.
7 Y venido a Jerusalén, entendí el mal que había hecho Eliasib en atención a Tobías, haciendo para él cámara en los patios de la Casa de Dios. 8 Y me dolió en gran manera; y eché todas las alhajas de la casa de Tobías fuera de la cámara; 9 y dije que limpiasen las cámaras, e hice volver allí las alhajas de la Casa de Dios, las ofrendas y el incienso.
Es usted por extremo modesto... ¡Aquí! me dije. ¡Aquí del incienso! ¿Quién no tiene noticia de los talentos de usted, de su saber profundo, de su fama, de su acrisolada honradez? Estos elogios me sonrojaban. ¡Bien! ¡Bien! Veremos si obtiene usted lo que desea. Está usted eficazmente recomendado por Román. Me dice que fué usted su discípulo, y de los más aventajados....
Ya el pueblo viene y se muestra Con las victimas é incienso. O Jupiter, padre imenso! Mira la miseria nuestra.
16 Y el sacerdote hará perfume, en memoria del don, [parte] de su grano desmenuzado, y de su aceite con todo su incienso; [y esto será] ofrenda encendida al SE
En medio de aquella silenciosa semiobscuridad sentí caer sobre mis hombros un frío helado, sepulcral. El suave perfume del incienso parecía aumentar, con ese ambiente de increíble magnificencia, de melancólica soledad encantada, de opulencia extrañamente desproporcionada con la pobreza y suciedad que reinaba en la plaza exterior.
Don Pablo se exaltaba al recordar la hermosura de la fiesta; le brillaban los ojos, humedecidos por la emoción, y aspiraba el aire como si aún percibiera el olor de la cera y del incienso, el perfume de las flores que su jardinero había puesto en el altar. ¡Y qué bien se siente el alma después de una fiesta así! añadió con delectación.
El incienso, que era compuesto de gomas olorosísimas que se recogían en los bosques de la tierra caliente, comenzó a envolver con sus nubes el hermoso cuadro del altar; la voz del sacerdote se elevó suave y dulce en medio del concurso, y el órgano comenzó a acompañar las graves y melancólicas notas del canto llano, con su acento sonoro y conmovedor.
Su pena de amor parecía comunicarse con la inmovilidad de los fieles, con la tristeza mística de los santos inmóviles, con el súbito tintineo de la campanilla ritual, y subía por el humo del incienso, que anublando en el altar la figura de la Virgen, la dejaba reaparecer luego al resplandor escaso de los cirios.
Así que rara era la joven que se confesaba con él, ni menos la que apeteciese su conversación o tuviese gusto en envolverle entre nubes de incienso, como hacía Cándida en aquel momento. Su misma inclinación a rescatar las mujerzuelas perdidas, por más que se respetase, no le hacía simpático a las señoritas.
Palabra del Dia
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