Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 20 de mayo de 2025
Todo lo ocurrido en ese largo espacio de treinta y cuatro meses en que ha estado fuera de nuestra vista, merece algo de historia, y para ello aprovechemos las efemérides verbales de D. José de Relimpio, cuya amabilidad para el suministro de noticias es inagotable. 1873. 1.º de marzo.
Aunque entregada por completo a la vida material, no tenía el menor instinto de conservación de la fortuna, no había pensado jamás en el origen de su dinero; creía vagamente que el capital de que gozaba era una fuente inagotable que estaba en algún paraje misterioso, que no había para qué indagar ociosamente: allí, entre los papeles del tío, estaba la mina; él se quedaría con gran parte del filón; pero ¿qué importaba?, no valía la pena de echar cuentas, desconfiar, administrar por sí misma; ¡absurdo!, por lo visto había para todo; él robaba, ella también; le engañaba, y el mejor día vendrían a casa unas cuentas que le dejarían patidifuso al buen D. Nepo, pues es claro que tenía que pagarlas.
Su genio, su continente, la dulzura de su mirada, la perfecta igualdad de su carácter compuesto de oro maleable y de acero, es decir, indulgencia y verdadera virtud, aquel natural resistente sin dureza, paciente, unido, siempre en el equilibrio de un lago abrigado del viento; aquella amiga tan ingeniosa para hallar recursos de consuelo, aquella boca inagotable en frases exquisitas, todo cambió.
Pero si bien es de deplorar que hayan desaparecido tantas obras de un poeta tan distinguido como éste, sin embargo, en las que nos quedan encontramos bellezas de primer orden, que exceden en mucho á las de otros poetas famosos inferiores, y sobradas, no obstante, para que nos llene de admiración su inventiva inagotable; y es tal su fecundidad y son tan distintas unas de otras, que clasificarlas y caracterizarlas es ya por sí trabajo arduo.
En virtud, pues, de sus dotes poéticas y de su inagotable fecundidad, adquirió nuestro vate su popularidad sin ejemplo y su dominio en el teatro, á que aluden todos los escritores de su época.
Aquel fervoroso panegírico de las lágrimas ahuyentó el temor de su pecho. Al considerar la bondad inagotable de Jesucristo, que después de haber sufrido tanto y haber derramado su preciosa sangre por nosotros, olvida a cada instante las mayores ofensas con sólo presentarse a él arrepentido, la conmovió hasta lo último.
Todas las grandezas del catolicismo toman aquí las formas más brillantes; se revisten del mágico color de una fantasía tan inagotable como fecunda, y respiran los afectos más dignos y más nobles.
Algo de ello ha visto ya el lector en uno de los anteriores capítulos; pero no fué más que una muestra insignificante; porque el depósito de monerías de Octavio era inagotable. Unas veces pedía el pañuelo á su novia y se lo devolvía al día siguiente, después de haber dormido con la cabeza apoyada en él.
Porque yo no admiro sólo en él lo que todo el mundo ve y admira: el extraordinario poder con que se asimila lo real y lo transforma; el buen sentido omnipotente y macizo; la maestría del diálogo, por ningún otro alcanzada después de Cervantes; el poder de arrancar tipos humanos de la gran cantera de la realidad; la frase viva, palpitante y densa; la singular energía y precisión en las descripciones; el color y el relieve, los músculos y la sangre; el profundo sentido de las más ocultas armonías de la naturaleza no reveladas al vulgo profano; la gravedad del magisterio moral; la vena cómica, tan nacional y tan inagotable, y, por último, aquel torrente de lengua no aprendida en los libros, sino sorprendida y arrancada de labios de las gentes; lengua verdaderamente patricia y de legítimo solar y cepa castellana, que no es la lengua de segunda o de tercera conquista, la lengua de Toledo o de Sevilla, sino otra de más intacta prosapia todavía, dura unas veces como la indómita espalda de nuestros montes, y otras veces húmeda y soledosa; lengua que, educada en graves tristezas, conserva cierta amargura y austeridad aun en las burlas.
Los de la fiesta no resultaron alegres. La gente se mostraba lacia, desanimada, como si todos se hallasen bajo el peso de un disgusto. Y en realidad, no era grato ver alejarse, quizá para siempre, á un amigo de toda la vida. El mismo señor Rafael, cuya alegría era inagotable, estaba menos expansivo.
Palabra del Dia
Otros Mirando