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Juan no veía ya más que el impecable traje de Martholl que permanecía plantado allí, completamente inconsciente de la tormenta que levantaba en el corazón de otro, su presencia delante del ídolo. ¿Aquel hombre estaría siempre a su lado? Juan había temido la llegada del que ella prefería; pero nunca se había imaginado el desgarramiento de su alma ante el hecho consumado.

Más aún se afirmó en la idea de lo puro é impecable del extraño é inesperado beso, cuando le dijo el Comendador: Don Carlos me parece un mozo excelente. ¿Le ama V. mucho? Había en el acento de D. Fadrique un suave imperio, al que Clara no supo resistir. Le he amado mucho contestó, pero yo acertaré á no amarle. He sido muy culpada. Sin que lo sepa mi madre le he querido. En adelante no le querré.

En tercer lugar, por último, y como tercer consuelo, me parece que más bien acudo en favor del traductor asegurando a los lectores que Shakspeare no es impecable, que no presentándole como el limpísimo dechado, donde, sin lunar ni falta, resplandecen todas las bellezas poéticas, o como la joya soberana donde se han acumulado a manos llenas, sin mezcla de falsa pedrería ni de metales de baja ley, las perlas, los diamantes y el oro puro de la más acrisolada inspiración.

Yo... perdóneme su ausencia... no la creía impecable, pero no la creía capaz de pecar por amor.

Sus novelas son de una gran intensidad dramática aun cuando conservan en sus lineamientos una elegancia impecable, algo de aristocrático en la concepción y en la forma, que se revela en todas sus páginas y que caracterizan al joven escritor de una manera feliz.

En ninguna encontró aquella rara mezcla de amor ardiente y de cariño impecable, aquella voluptuosidad empapada de ternura, ni aquel sensualismo exento de vicio. ¡Los labios de fuego, las miradas castas! ¡Ah, necio y mentecato, que por propia culpa la perdió! «Ella..., ella ha hecho bien en casarse, o en regalarse a quien le haya dado gana.

¿Es cierto lo que dices? ¿No te acusa la conciencia de la menor falta? ¿Cómo he de declararme impecable? Paco, ; la conciencia me acusa, pero no me atormenta; dame la carta: acabemos. ¡Qué interrogatorio! ¡Qué dilaciones crueles! ¿Has venido a matarme? No, Beatriz. Díme, sin embargo, ¿de qué te acusa la conciencia? Soy vanidosa, lo confieso.

Todo lo contrario fué el gran novelista Gustavo Flaubert, que después de horrenda lucha con su estilo torturado, en una sesión de diez horas sólo podía producir una cuartilla impecable, eso , y maravillosa. Alejandro Dumas, padre, se contentaba con un vaso de limonada. Balzac hacía un enorme consumo de café, y Aurora Dupin, la Jorge Sand, fumaba como un marino.