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Mas Dios Nuestro Señor que muchísimas veces se vale de los intereses humanos, para lograr mejor el fin de su eterna providencia, se sirvió de la ida de nuestro Joseph á aquella Universidad para llamarle á la Compañía y después al Apostolado en las Indias.

El médico no negaba que el baño de ola sería por lo menos inofensivo; pero, según y conforme: la cosa podía estar más cerca de lo que se creía, y en tal caso, sería una temeridad.... Pero lo peor no era eso..., lo peor, lo verdaderamente peligroso, temerario, era el traqueo del coche... viaje de ida y vuelta... por aquellos vericuetos, con aquellos baches. ¡Absurdo! Pero Minghetti ha dicho....

Admirada quedó Camila de la respuesta de Anselmo, que la puso en más confusión que primero, porque ni se atrevía a estar en su casa, ni menos irse a la de sus padres; porque en la quedada corría peligro su honestidad, y en la ida iba contra el mandamiento de su esposo.

Entonces se entró en la iglesia mayor y yo tras él, y muy devotamente le vi oír misa y los otros oficios divinos, hasta que todo fue acabado y la gente ida. Entonces salimos de la iglesia. A buen paso tendido comenzamos a ir por una calle abajo. Yo iba el más alegre del mundo en ver que no nos habíamos ocupado en buscar de comer.

Después de mucha vocinglería de los infieles les propusieron los Padres el fin de su ida á aquellas tierras, que era quedarse entre ellos y ayudarles como á los Chiquitos.

No quiso Dios que la vuelta fuese tan feliz como la ida, porque uno de los ciclistas, llamado, y no por mal nombre, Pedro Minio, de la piel del diablo, había empinado el codo más de la cuenta en el almuerzo, y dio en hacer gracias con la máquina, metiéndose y sacándose por angosturas peligrosas, hasta que en uno de aquellos pasos fue a estrellarse contra un árbol, y se estropeó una mano y un pie, quedándose inutilizado para continuar pedaleando.

D. Berenguer de Requesens, General de las galeras de Sicilia, fué siempre de parecer que no se fuese á Trípol, y ansí lo decía públicamente y lo escribió al Rey, por lo que vino el Duque á desabrirse con él y á no tratar con alguno de los que contradecían la ida. Con D. Alvaro solamente consultaba y comunicaba todo lo que se había de hacer.

Jacobo meditó un momento el plan que le proponían y pensando escribir, desde luego, a su esposa, para detener su marcha con la noticia de su ida, aceptó a todo evento la carta para la marquesa de Villasis y despidióse del padre Cifuentes, llamándole don Gregorio.

Para evitarte molestias no quise casarme otra vez... ¡Qué no haré yo por ti, Ida mía!» «El año próximo pienso dar por terminados mis negocios en América, y volveré á nuestra patria, y compraré un castillo del que serás la reina; y tal vez se enamore de ti algún noble oficial de caballería con apellido ilustre, y tu pobrecito papá tendrá celos... ¡muchos celos!...»

Abandonando por unos días la ermita que le servía de templo, figuraba entre las imágenes que precedían al Señor del Milagro, esforzándose los organizadores de la expedición para que venciese por sus ricos adornos á los patrones de otros pueblos. El viaje de ida á la ciudad sólo duraba dos días. Los devotos del valle ansiaban llegar cuanto antes para hacer triunfar á su pequeño Jesús.