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Actualizado: 13 de julio de 2025


Si quedaban buñuelos de la víspera, los despachaba los primeros; al servir medias de aguardiente, cuando presumía que el gaznate del parroquiano estaba insensible, daba lo barato al precio de lo caro, y para los favorecedores constantes de la casa iba a buscar la pasta recién frita, humeante, en que aún no se habían bajado las burbujas del aceite hirviendo.

La señora Rita entró a encender un velón de aceite, pues la estancia ya estaba casi en tinieblas; después extendió el mantel para la cena sobre una mesa de castaño, negra y pulida por los años de uso. Al poco rato vino con una cazuela humeante, que depositó sobre la mesa, diciendo: La cena en la mesa. ¡Santa palabra! exclamó el cura levantándose.

Sus ojos se iluminaron. Aquellas manos aristocráticas que se habían abierto tan a menudo para dar, se crisparon ávidamente como las garras de un avaro. Rompió el papel de todos los cartuchos, hizo brillar el oro amarillento a la luz de una lámpara humeante e hizo tintinear a sus oídos aquellos discos trémulos, que tañían alegremente los funerales de Germana.

¡Cuán dichosa tarde, aquella en que sentados en el suelo al rededor de una silla de Vitoria, ante una humeante ponchera, se inauguró lo que desde luego fué bautizado con el poético nombre de El Nido, y se acordó por unanimidad la conveniencia de amueblarlo... si la próxima sesion habia de levantarse con pantalones completos.

Una sombra se deslizó hasta él y puso sobre la silla más cercana una bandeja con una taza y algunos platos. ¡Oh! ¿Eres , Cecilia? Quieras o no, vas a tomar algo... Ya son las dos de la tarde, y estoy segura de que no te has desayunado dijo la joven, arrimando una mesilla y poniendo sobre ella el caldo humeante. ¡Qué buena eres, Cecilia! exclamó él apoderándose de una de sus manos.

Tía y sobrino bajaron la escalerilla, encontrando en el patio a Pampa, que pasaba con la sopera humeante en las manos; ya don Pablo Aquiles se había sentado a la cabecera de la mesa y desdoblaba con calma la servilleta. ¿Qué es esto, caballerito? ¡cómo se hace usted esperar!

Los jefes, embriagados por el estrépito, daban sus órdenes á gritos, agitaban los brazos paseando por detrás de las piezas. Los cañones se deslizaban sobre las cureñas inmóviles, avanzando y retrocediendo como pistolas automáticas. Cada disparo arrojaba la cápsula vacía, introduciendo al punto un nuevo proyectil en la recámara humeante.

Una sonrisa de orgullo apuntó por debajo de su gesto implacable, como si confiara en que el espíritu inmortal de sus antepasados acababa, de presenciar aquel movimiento, que les iba dedicado como una ofrenda. Seguidamente, señalando la puerta, ordenó a los genoveses que se alejasen. Un instante después llegaba Pablillos con la humeante colación.

Duró el combate una media hora, repitiéndose los disparos por ambas partes con la velocidad de la artillería de tiro rápido. Ferragut estaba cerca del cañón, admirando la fría calma con que lo manejaban sus servidores. Uno tenía siempre un proyectil en los brazos, pronto á dárselo al compañero, que lo introducía con rapidez en la recámara humeante.

Aprovechando sus descuidos, arrojaban cosas infectas en la cesta de su comida; romperle la cazuela lo habían hecho varias veces, y no pasaban junto á ella en el taller sin que dejasen de empujarla sobre el humeante perol donde era ahogado el capullo, llamándola hambrona y dedicando otros elogios parecidos á su familia.

Palabra del Dia

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